Sorprende la indiferencia, penoso el desorden de la información y al mismo tiempo, por un camino accidentado, el intento de crear un relato favorable en torno a las cifras delictivas, abusando de la expresión “percepción”, como si lo tangible fuera imaginario.
La realidad se muestra implacable, territorios de Sonora, carreteras, ciudades, pueblos y comunidades amedrentadas por organizaciones delictivas que objetan el triunfalismo gubernamental y descubren la impericia de las autoridades. Quizá no debiera extrañarnos, eso es el resultado de la elección de los perfiles que se nombraron al inicio de la administración para atender el tema de la Seguridad Pública en nuestra entidad. Existen trayectorias y especializaciones, en este campo se debió abandonar toda cuestión partidista o compromiso político. El riesgo y consecuencias del fracaso eran enormes.
En un país en que el número de asesinatos iba al alza -hoy se acerca fatalmente a los 200,000 rebasando a cualquier administración reciente-, aunado a un número de desaparecidos inquietante, provocando un torbellino de crueldades inenarrables que tiene como desenlace una atmósfera social irrespirable. Todo tutelado por una administración federal llegando al ocaso, a la que se le fueron los años ensayando una nueva política con personajes sin experiencia, llenando los fallos con frases huecas, cifras distorsionadas y propuestas absurdas, la muestra palpable de la derrota donde las ocurrencias descubren fatalidades.
En la Nación se ha arraigado el temor, las fuerzas del orden son ineficaces, los intentos de justificación desmerecen ante los hechos. El organismo que se proyectó ha resultado inoperante, con ese carácter corrosivo que caracteriza a algunos analistas a la Guardia Nacional la han bautizado como los “Reyes del Perímetro”, mote acuñado con tino ya que su función se reduce a delimitar el sitio del ilícito.
Sonora se sumerge en el desconcierto y el sobresalto, que se ahonda al momento de que estallan hechos violentos e incontrolables, situaciones críticas que se intentan minimizar provocando un vacío de información que agudiza la confusión y aviva las elucubraciones. Lo más lejos de la destreza profesional y lo más cerca del caos. Todo marcado por la manera de abordar las crisis llegando a un mutismo oficial que no beneficia a nadie, se intenta imponer a contracorriente lo pueril para sustituir lo vital, es más importante lo insustancial antes que lo crucial, toma protagonismo la vinculación partidista antes que la responsabilidad gubernamental.
El fenómeno de la violencia no es nuevo, pero en este régimen ha adquirido dimensiones insólitas, sin que a las autoridades les alarme o los haga modificar estrategias o perfiles, es evidente que la confusión no sólo invade a la ciudadanía sino también contagia a los responsables. Lo más grave en política es la inacción y el obstinarse en la ficción.
Sonora necesita inversión y desarrollo, es plausible que se promocione al Estado, sin embargo, esa promoción naufraga al conocer la situación en torno a la seguridad. Basta leer en medios internacionales la labor heroica de las Madres Buscadoras y su afán por reencontrarse con los restos de sus seres queridos. Con sus uñas escarban y evidencian lo que no puede o no quiere hacer la autoridad. Mientras se repiten las coreografías de siempre, bien afirmaba el criminólogo mexicano Rafael Ruiz Harrel (1913-2007) en punzantes artículos sobre estos temas: “Para tirar un árbol, lo lógico es cortarle el tronco. Nuestras autoridades creen, en cambio, que al cortarle las ramas más altas termina por caerse solo. La estrategia es tan errónea como peligrosa, y aunque nunca ha sucedido, quizá remedien su error: Si hasta los delincuentes aprenden ¿los gobernantes por qué no?”