Así solíamos gritarle desde el graderío al hombre de negro que pitaba, según nosotros, a favor del otro equipo y lo llenábamos de insultos, desahogando así nuestra frustración, luego de ir perdiendo cuatro o cinco goles a uno.
El rival era notoriamente mejor y lo habían dejado muy claro desde el principio, cuando a los cinco minutos habían metido un golazo que hasta nosotros aplaudimos.
Pero eso no era posible decirlo en público ya que nos quedaríamos sin arma a la hora de ir a las instancias de impugnación de la liga para decir que aquello había sido un robo y que ese triunfo conseguido a la buena, debería de anularse o de lo contrario, el siguiente partido jugariamos bajo protesta o cerrarariamos la calle más transitada de la ciudad.
Las cosas les habían salido mal y el central que culpa tenía, él simplemente era el encargado de aplicar las reglas en un partido, dar constancia de lo sucedido en el mismo y cronometrar la duración del encuentro.
Sus deberes y obligaciones están descritos en las Reglas del Juego, precisamente en la regla 5, desarrolladas y monitoreadas por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) — el organismo mundial que rige a las asociaciones miembro de este deporte — y la International Football Association Board.
Esto no significa que puede haber un nazareno mal intencionado, no siempre depende de él para que uno gane y el otro pierda, nomas que a la hora que no puedes con el reto, y no eres capaz de aceptar que la realidad te pasó por encima, entonces lo fácil es apuntar hacia un tercero y culparlo de todo.
“Fue el ruco “
“Los otros jugaban peor”
“Porque no decias nada cuando goleaban a otros”
Y se los puedo probar “
No siempre, dije. Pero aguanten , ahorita les cuento porque lo dije.
No me distraigan.
Estoy hablando primero de los que, por sobre todas las cosas, jamás reconocerán que el arbitrato nada pero nada tuvo que ver para que en esos noventa minutos los adversarios – asi dicen hoy – les pegaran un baile y se alzaran con la corona.
A fuerza de ser honestos, tendrían que admitir que las cosas no salieron como las planearon, que unos le echaron los kilos pero otros no, que mientras la mayoría se entregó, el líder del equipo se tiró a la hamaca, como una diva y se dispuso a esperar el triunfo a mitad de la cancha.
Es decir, si analizan a conciencia la repetición, se verá que el árbitro sí cometió pifias y se quedó dos tres veces lejos de la jugada pero esto no trascendió en el resultado del juego. Aunque no las hubiera cometido, de todas maneras pierden así, con esa contundencia.
Si analizara así, insisto pero difícilmente sucede. Tantos años consolidando un prestigio, para que al final no salgan las cuentas, eso sí debe de ser frustrante, lo cual se traduce en mucha ira que habrá de ser proyectada contra quien sea y que le diga que la derrota es hija de los errores propios y de nadie más y que debe de aceptar como machito lo que venga ya que de no hacerlo, aquella lucha será desmeritada, desgastando a todo el equipo, y no se llegará a nada.
Ahora bien, yo puedo hablar de este caso aislado e irrepetible, pero si ellos no tuvieron razón o, más bien, fueron usados por la directiva o su líder ya llegará la forma de cobrárselo.
Es que no se vale andar culpando a otro de los sucedió o no sucedió debido a nosotros, pues de lo contrario se pensará que el trabajo de un árbitro es un asalto en despoblado cuando no se gana , y será un ente maravilloso cuando se triunfe.
Es decir, no se vale si lo que acusas es una nimiedad o carece de evidencia alguna para acreditarlo y al no lograrlo, te frustras y no buscas a quien te la hizo sino quien te la pague.
La cosa es distinta si antes de darte a la tarea de acusar, primero buscas tener los pelos de la burra en la mano. Eso puede llevarnos años o de un momento a otro, pero conseguido el material probatorio irrefutable, nada ni nadie podrá decirle que no o nadie podrá negar defensiva o cinicamente lo que le imputa.
Por eso les decía arriba, “no siempre ” y es que estaba dejando para el final , la otra cara de la moneda, que, para tristeza de muchos de sus seguidores, está a cargo del Barcelona, sí, el gran equipo español que, de verse disputando un partido en el estadio, de tiempo para acá, enfrenta un rudo juego en una cancha judicial.
Resulta que un juez español, Joaquín Aguirre, acusó al club y a dos de sus expresidentes de soborno por realizar alrededor de EUR 7,3 millones en pagos a uno de los más importantes árbitros del país.
Ya incluso la Policía española allanó las oficinas de la federación española de fútbol para encontrar más pruebas relacionadas con los pagos a José María Enríquez Negreira.
Por eso ya se identifica a este problema como el caso Negreira.
Tenemos que de 1993 a 2018, Negreira fue vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros de España, que forma parte de la Federación Española de Fútbol.
El Barca está acusado de sobornar al jefe del órgano arbitral entre 2001 y 2018.
El mencionado juez dijo que es lógico suponer que los pagos que el Barca hizo a Negreira “produjeron los efectos arbitrales deseados por el F.C. Barcelona, de tal suerte que debió haber desigualdad en el trato a otros equipos y la consiguiente corrupción sistémica en el arbitraje español en su conjunto”.
¡Bóitelas!
Así las cosas, señores y señoras, el Barcelona, fue acusado de presunto soborno por pagos, valorados en más de 7 millones de euros (7,3 millones de dólares), a empresas propiedad del ex vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA), José María Enríquez Negreira, quien ha Anteriormente fue árbitro en la primera división española.
Y ahorita no les podré contar en que ha quedado todo, eso les corresponde averiguarlo a ustedes, pero aquí no bastó que el acusado se limitara a negar todo y listo. No, el señalamiento era muy delicado y como tal se tomó y enseguida se pusieron a buscar lo que hubiera de pruebas y sancionar en su momento a quien sea responsable.
En ambos ejemplos bien valía el grito de “¡Arbitro vendido!.
Pero en uno era en sentido figurado o imaginario. En el segundo, todo indica, si es literal.
¡ Arbitro vendido !