Para empezar a escribir, pido un permiso primero y así poderles decir a esos que les da por la prohibición, que no hay narcocorridos, tampoco narco series ni narco literatura.
Lo sentimos mucho pero no la hay.
Entiéndanlo: no se trafica ni con corridos, ni con series, ni con libros, para que anden usando el prefijo narco.
De ser así, ya me hubieran detenido en algún aeropuerto, una central camionera o en mi propia casa, mientras veo la televisión, al cargar en mi maleta unos ejemplares de tales o cuales autores, o al llevar la más reciente producción de corridos tumbados o bien pudieran haber allanando mi casa para detenerme en flagrancia, es decir con las manos en la masa , justo en los precisos momentos en que veía El patrón del Mal, El Cártel de Los Sapos o Rosarios Tijeras en su enésima temporada.
En todo caso hay en el género del corrido o en la literatura o en las series, la decisión de abordar el tema del narco y a mi parecer, no son determinantes para considerar una relación causal entre todo esto y la conducta delincuencial o antisocial de alguna gente.
Hay corridos que hablan sobre el narco o el narcotráfico para no caer en lo mismo y hay libros cuyo tema es este mismo asunto al que alguna vez nomás lo llamábamos contrabando, por más que del dinero y de Camelia, ya jamás se supo nada.
Es decir, en caso de que, en su momento fuesen personajes de carne y hueso, a quienes salieron de San Ysidro procedentes de Tijuana y que traían las llantas del carro, repletas de hierba mala, o sea, me refiero a Emilio Varela y a Camelia, La Texana, o sea Doña Agustina Rodríguez, a ellos sí habrían de procesarlos por delitos contra la salud en la modalidad que corresponda, pero no vayan a querer abrirle una carpeta de investigación a Don Ángel González, compositor de esta canción o acusar de asociación delictuosa a Los Tigres del Norte por interpretarla , o a uno y a otro por andar haciendo apología del delito.
Que no sean hipócritas los que culpan a la existencia de esta música o estas series o estos libros como razón o causa de lo que está ocurriendo.
Mucho menos es algo reciente como para pensar que estas expresiones musicales son la consecuencia del fenómeno que vivimos.
Música sobre el narco o música con esa letra existe desde años y no vamos a culpar a estas por lo que hoy vivimos.
Desde el corrido del Pablote, el primer corrido sobre el narco escrito en la víspera de los años treinta e interpretado aguardentosamente por el Charro Avitia, pasando por Contrabando y traición, carga blanca y otras acaso s+olo tendríamos que cuestionarle, en algunos ejemplos actuales, su malísima calidad y listo.
“Llegaron los policías/ cuando todo había pasado/Y entre un charco de sangre/ estaba Pablo tirado”
Que se dejen de cosas. Ya les dije: ese gobernador Malova lo intentó y aparte de sus tonterías, nada lograron.
Sí la influencia de esta música fuera en realidad el motivo de nuestras calamidades, yo ya hubiera muerto de cirrosis hepática pues escucho a José Alfredo Jiménez, a Cuco Sánchez y a Javier Solís desde que tengo uso de razón.
También fuera uno de los más buscados luego de encumbrar como el gran capo de capos, por culpa de esos apólogos Tigres del Norte que por tantas veces escuché bajo las frondosas matas de almendra en el criminoso patio de mi casa.
Esto no sirve para la prevención del delito pero el Estado, por incapaz suele mantenerse de puras ocurrencia y a la vez, como no queriendo la cosa, de su intromisión.
Bien lo dice el jurista y estudioso de la ciencia social, José Cuitláhuac Castro al opinar sobre el tema: “Precisamente la “libertad” es lo que está en juego. El único que debe decidir lo que escucha es el ciudadano, el Estado no puede suplantar el libre albedrío de los ciudadanos. Si acaso, pueden indirectamente incidir en elevar el nivel de educación y cultura de la población. Pero como eso es un reto con el que no pueden, por eso proponen el prohibicionismo”.
Pese a ello, es de ese escondrijo en el que se guarece la ocurrencia y la innovación de donde salen ideas tan modernas para acabar con el problema como esa ya referida que surgida en Sinaloa, decretó, mediante algunas reformas a la ley de alcoholes, la prohibición de escuchar corridos de mafiosos y contrabandistas como si la culpa fuera de los grandes de la música y no de los actores políticos que por años han ido llevando la seguridad de la gente al despeñadero, ahí donde hemos estado ayer y hoy m, pensando el que hacer, cada uno en su lugar de acción, antes de que tengamos que dar el último paso y caer al precipicio.
Lo que si hay que admitir es que esa tan brillante propuesta sinaloense es también mágico y trágico, mágico porque está convencido que el hecho de que no escuchemos corridos incidirá en nuestra moral y tornaremos al rumbo del bien; es trágico porque esta visión simplista de la complejidad social indica que el propósito del bien común que debe ser la política anda de capa caída en todo nuestro mexicano territorio.
Porque, salvo que los prohibicionistas tengan un as bajo la manga, no hay hasta ahorita prueba científica que diga que las preferencias musicales sean determinantes para formar una mente criminal. Pero a lo mejor esta gente está convencida, influenciada por el propio realismo mágico que, por ejemplo, los personajes de los corridos que canta el Potro de Sinaloa, puedan cobrar vida y luego se echen a andar de cantina en cantina para sonsacar a cuanto jovencito se encuentre libando en los tugurios de esos lares.
Pero puede que más bien haya en estos políticos cierto temor de verse proyectado en uno de esos corridos que interpreta este popular cantante como ese que se oye así:
“Todo llegó sin problema a donde estaba planeado/ y aquel jefe de Gobierno hoy se encuentra retirado/ en dos o tres meses tuvo/ lo que nunca había soñado”.
Está muy claro: se resisten a entender que el espectro del crimen, desde Cesar Lombroso hasta nuestros días, tiene una explicación mucho más compleja, como para que algunos le hagan caso a estas ideas y algunos recorran todo el país en ridícula pero muy arbitraria caravana, en busca de peligrosas rocolas y discos para quemarlos en la hoguera o de ir a la caza de humildes grupos norteños y agarrarlos seguramente en flagrancia justo cuando estén interpretando la sonsacadora, apologética canción de “Chuy y Mauricio”.
Si esta relación causa-efecto que propone la corriente malovista fuera verdadera, yo, por ejemplo, no estuviera aquí escribiendo esto, (lo cual ustedes agradecerían), ya que tal vez me estarían atendiendo en el mejor hospital de la localidad, de una avanzada cirrosis hepática como consecuencia de lo que les dije.
A pesar de todo, les doy el beneficio de la duda, y como el tolerante que soy, me pongo a imaginar la preocupación de este representante de la vanguardista política criminal que impera en México y lo veo en su cuarto en penumbras, con un reloj cucú a un lado de una lámpara programado para sonar a las cinco de la mañana, un crucifijo en la pared, una mujer en bata color azul durmiendo a su lado pero de espaldas y él, inquieto, dando vueltas en la cama y justo cuando faltan dos horas para que suene el cucú, se levanta sobresaltado, porque le ha nacido la gran idea para acabar con la violencia: prohibir terminantemente que la plebe escuche más corridos, porque es ahí donde radica el nacimiento de este flagelo del narcotráfico que sacude a México.
Pero otra vez la realidad se impone y su lógica no me cuadra. Mis propias experiencias de niño son ejemplos en contra de su teoría, después de haber visto desde los seis años como mi madre desnucaba gallinas, descabezaba guajolotes y, con la asistencia de un tío, apuñalaban sin misericordia cada medio año al puerco en turno, de tal suerte que si el razonamiento de esta propuesta tuviera sustento, mi madre en aquel entonces o yo en estos momentos fuera un peligroso militante de los Zetas.
A pesar de su falacia, no ha impedido que tenga sus adeptos y apoyen su creencia. Uno de ellos, el experimentado criminólogo, Marco Antonio Solís “El Buki” hace unos años se puso la camiseta y, en tierras gabachas, declaro: “difundir narcocorridos es un asunto delicado pero creo que debe evitarse, porque contribuye realmente a la vulnerabilidad de la adolescencia, en esta época los chavos no están preparados para recibir este mensaje, no tienen criterio para discernir entre los bueno y lo malo: Mejor hablarles de amor y de cosas bellas…a mí no me da miedo tocar en México porque hay una paz que poca gente conoce, pero desgraciadamente, las imágenes de la paz casi no salen en la televisión”, concluiría el mejor intérprete de Casas de Cartón, como si esto del narcocorrido fue un asunto reciente cosa que me parece muy injusto para Los Tigres y no se diga para los autores del corrido del Pablote.
Debo de precisar con este tema que si los prohibicionistas están en lo cierto, yo seré el primero en hacerle un desagravio público, pero también el primer preocupado, porque si el gusto por una canción induce y puede provocar un mimetismo en la conducta de la persona, entonces en Los Pinos tuvimos un potencial parricida ya que el señor Calderón una y otra vez ha dijo, casi tomándola como himno, que su canción favorita (y la cantaba muy feo, por cierto) era el Hijo Desobediente y este corrido en su parte medular dice: “Quítese de aquí mi padre/que estoy más bravo que un león/no vaya a sacar la espada/y le atraviese el corazón.
Ya en serio, compatriotas: antes de andar tras las letras de unos corridos y sus apólogos intérpretes, habría que ver en su integridad política, económica y social, al país en el que estamos viviendo: tan mágico, tan trágico, del cual sólo espero que no toquemos fondo en esto de la desfachatez y que un día ya próximo no vaya a salir un ilustre y de plano formule una iniciativa de ley para modificar el escudo nacional y el día de mañana, Dios no lo quiera, veamos en esa emblemática figura, a un sicario arriba de un nopal, ejecutando a una serpiente…