En aquel siglo XIX de momentos oscuro, hay un breve tiempo luminoso que trajo luz a la Nación, la época conocida como La República Restaurada (1867-1876), intervalo de casi 10 años en aquella centuria de pesadilla.
La República Restaurada es un instante dentro de aquel desbocado delirio. Enrique Krause, en su libro: Por una democracia sin adjetivos, la describe así: “Por diez años, bajo las presidencias de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, México ensayó una vida política a la altura de los países avanzados de Europa o Estados Unidos.
No había partidos sino facciones dentro del grupo liberal, pero existía una verdadera división de poderes, un respeto fanático -¿y que otro cabe?- por la ley, soberanía plena de los estados, elecciones sin sombra de fraude, magistrados independientes, y una absoluta libertad de opinión que se traducía, hasta en los más remotos pueblos del País, en una prensa ágil, inteligente y combativa. Los hombres amaban la libertad política”.
El arribo de Porfirio Díaz (1830-1915) al poder coincide con el fin de aquel momento. Primero, la exaltación del caudillo -una tradición nuestra tan nefasta-, luego los oportunistas y advenedizos rodeando al poderoso y después, la desfiguración de las instituciones subordinándolas.