Mi gusto es… (O la otra mirada)
Karl Ransom Rogers, el llamado padre de la psicología humanista, un término que, a mi parecer, raya en el pleonasmo, consideraba que los seres humanos construyen su personalidad cuando se ponen al servicio de metas positivas, es decir, cuando sus acciones están dirigidas a alcanzar logros que tengan un componente benéfico.
Yo, sin ser psicólogo y creo que ni humanista, digo que lo que dijo este señor es cierto. Digo además que la gracia, la desenvoltura o el duende con la que se puede escribir un libro, dependerá de un oficio otoñalmente pulido, pero también del amor y la pasión sobre el tema que se está escribiendo.
Eso creo.
Y creo, además que, el número de piezas de este rompecabezas literario, de este universo lectoescritural ya dependerá de las exigencias o de las aspiraciones del autor: un revisor de su trabajo, la exposición a la crítica, la autocrítica, la difusión, la promoción y, desde luego, los lectores del círculo personal, es decir la familia y los amigos, y por último el lector cautivo o anónimo que pueden ser dos, tres, cuatrocientos, dos mil o ninguno.
Quiere decir entonces, que saber decir no basta, se requiere esa otra cosa, que puede ser lo genuino, lo auténtico, el compromiso en lo que se cree y se piensa, y además el respecto a la palabra y su significado, a ese mismo significado en sí y a la congruencia y a la autenticidad que el autor tiene al momento de expresarlas para otros.
A Juan Marse, quien, por cierto, su segundo apellido era Carbó, en una ocasión le dio por citar lo que tenía grabado en un cuadrito que colgaba de la pared en donde se pasaba horas escribiendo: “El esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor”. Lo decía ante los periodistas en vísperas de que el Rey de España, le entregara el premio Cervantes, al tiempo que les confesaba su única preocupación para ese evento: saber si va a poder hacerse bien el nudo de la corbata. Este mismo escritor se ha preguntado: ¿Puede ser honesto el escritor que solo piensa en lo que pide el público? «Cuando escribo no pienso en el lector que me va a leer, pienso en el lector que soy yo”, se responde.
A mi parecer es así, solo así, como es que una línea, o un enunciado o un párrafo, dos cuartillas o todo un tratado, se vuelven creíbles y si no veraces, si al menos verosímil. A mí me parece que es así, solo así, como se pone de manifiesto la honestidad de quien escribe y lo que escribe, sin la búsqueda de un lucimiento discursivo ni para conquistar a la industria editorial a veces tan prostituida, sino para no serle desleal a su pensamiento, a una creencia y ante todo a su conciencia.
Siento que el libro que hoy nos convoca ,Memorias para el futuro de la autoría de Armando Coronado y editado por Mamborock aspira a eso: a reconocerse hasta donde se es capaz y conocer de sus limitaciones, pero también a no ser complaciente con nadie más ,sino con una voz narrativa que al pasar de los años, muchos años, no se cuece al primer lector ni quiere ser por sí misma, la protagonista porque sabe o intuye que lo escrito o la historia a contar es lo más importante, antes que cualquier proyección de quien se cree especial , y , como ningún otro, se enamora, insaciable, de su propia imagen reflejada en el agua de sus textos.
No y por eso hablo de la honestidad del escritor o como quieran llamarla pero que, gracias a esto, se narra una historia permitiendo que los personajes que viven en ella se expresen libremente, sabiendo que lo vale es lo que se contó, como se contó y no quien lo contó. De mas no está decir que Don Armando tiene 94 años recién cumplidos y a parte de su lucidez, su mesura y esa eterna solidaridad a favor de los marginados, no es un hombre pretencioso y por tanto no buscó ofrecernos lo que no puede darnos: lograr un poema en arameo, ni se puso a traducir el Kojiki o Furukotofumi, o sea la Crónica de los acontecimientos antiguos del japonés al español ni trató de escribir una biografía novelada sobre la niñez de Osama Bin Laden. Nada de eso. Simplemente escribió sobre lo que sabía, hasta donde sabia y punto. Jamás quiere, en este libro ni en su casi un siglo de vida, jugarle al engreído.
Quienes saben más del asunto, afirman que las mejores historias que han expresado en la vida siguen esta premisa y por ello muchas se han vuelto clásicos y perduran sin importar el paso del tiempo. Las del otro polo, esas de excesiva petulancia, que recurren a la gracia sin tenerla, que insisten en catequizar con su ideología, partiendo de que es perfecta e incuestionable, y que ellos también lo son. Creo que este intento de evangelización narrativa no funciona, por más que saboreen la fama y su impostura, pero jamás alcanzarán la trascendencia.
Hay obras clásicas que nos invitan a imaginar todo tipo de mundos posibles y la creatividad de los escritores nos permite viajar a los rincones más lejanos del planeta, e incluso desconocidos hasta ese momento. Pero contrario al error de algunos que buscan emularlos y a la suposición de otros , la carpintería tal como le la llama García Márquez y que sirvió de materia prima o de insumo para escribirlas resulta que es su propia vida y su entorno , es su matria y esas voces, tantas voces polimorfas en donde nació , creció y se reprodujo con todos los sentidos abiertos , hasta llegar un momento en que es imposible contener lo escuchado, lo aprendido, lo verbalizado, lo dolido y entonces como una bella y madura ulcera , un día revienta en una incontinente secreción de palabras, capaces de construir otros lugares y otros protagonistas diferentes.
De esta manera sacamos el beliz de recuerdos que lleva años debajo de la cama , le enjuagamos la cara a la remembranza , salimos al patio hasta donde están los habitantes y lo habitado y luego cantamos los primeros versos en los blanco de una página , esa que tarde que temprano se vuelve un compendio de verdades o mentiras, pero dichas, con el corazón por delante, genuinamente, hasta colocar , insatisfecho , un punto final y dejarlo ahí que repose , que se marine , que le quitemos esto y lo otro, en tanto llega el día de irse a la edición y a la imprenta , hasta tener al producto en brazos y leer cosas tan gratificantes como estas:
“Dedico este libro a las familias campesinas que permanecen en ejidos como Rancho Viejo de Ures, Sonora, a quienes comprendí y llegué a querer por su humildad cuando laboraba en la propiedad de mis padres —, a mis hijos y a sus preciosas madres, especialmente a mi compañera, mi esposa por sesenta años, a mis compañeros de escuela y a mis amigos.”
De antemano, eso ya nos habla de un autor agradecido y de un hombre de bien. Y si lo anterior está fechado en 1916, quiere decir que no se improvisó ni se quiso hacer un libro como si fuese barbacoa en pozo: dejarla cocinando en la noche para que esté listo en la mañana. Tampoco se precipitó ni quiso que esto que ustedes están desesperados por comprar, quedara concluido cuando se tenía veintitrés años cabales para hablarnos de lo que solo se comprende a los cincuenta en adelante y en ocasiones nunca, menos se muestra con un lenguaje embaucador, no propio que nomás pretende congraciarse frente a sus colegas, antes que ponerse a escribir sin ambages, teniendo como única prioridad el rigor y el cuidado de su obra.
Nadita de eso, porque lanzarse al vació a lo bruto sin la experiencia suficiente , es muerte segura y porque bien se sabe que lo cocinado a fuego lento es más sabroso y más de uno se comerá dos platos , un mediodía cualquiera , un verano de principios de siglo , ahí en rancho viejo, Comisaria de Ures o Santa Rosalía, entre charla y charla sobre las épocas de las haciendas, o de presidentes de la república y gobernadores o de los abuelos y abuelas o de terrenos de riego o temporal o de la historia de los pueblos aledaños y su crecimiento , o de lluvias y corredores o de trabajadores y patrones aunque sea reviente el barzón y siga la yunta andando.
Tanto por decir y tanto por leer aún más allá de estas 106 páginas que don Armando nos ofrece con devoción como quien entrega, incondicionalmente, cien tortas a las afueras de un hospital o en la esquina terrosa de una invasión, pero me resulta imposible y tampoco quiero resumirles aquí sesenta años contados y menos filosofarles sobre moral, Dios , magos del evangelio y políticas del desarrollo y una madre ya preñada que al octavo mes murió .
No, no puedo ni quiero, nomás porque se me da la gana y porque sobre eso tendrán ustedes mucho que leer y que disfrutar en un libro dividido en tres capítulos que algún día del mes de abril de 2024, en una edición muy bonita con interiores color sepia, como si estuviéramos leyendo un ejemplar de Kalimán o Lagrimas y Risas, con ese nostálgico olor a tinta, se estará presentando en un foro del Esta Cabral , a eso de las seis , cuando apenas se está yendo el sol y muere la tarde. No, les repito que no puedo ni quiero porque, según las hojas que desprendí del calendario al venirme para acá, y esas campanas que están tocando nos encontramos apenas en 1908 o 1919 o 1930 o 2016 y para que aquello llegue falta mucho, es decir, un chingo, casi tanto como sesenta años o lo que guarden, atesoradamente mil y un memorias para el futuro.
Texto leído en la presentación del libro Memorias para el futuro, del autor Armando Coronado, llevada a cabo en Restaurante Está Cabral, el pasado 4 de abril a las 18:00 horas.