En el siglo XIX lo que se conocía como Bellas Artes había dominado el espacio cultural, México transitaba por un momento europeizante con valiosas singularidades, se representaba una ópera en italiano donde el protagonista era Moctezuma, se componían valses nacionales que rivalizaban con los europeos.
La novela surge con un colorido patrio, relatos que narraban acontecimientos históricos con un intenso olor a sangre y pólvora, esto hizo de aquella narrativa la épica del país volcánico que se imponía a fuerza ser independiente.
En el siglo XX hubo un interés del Estado por la Cultura, las condiciones políticas y sociales modificaron las coordenadas que insertaban a México en el mundo, el País arribaba al siglo XX de la mano de una Revolución, esto trajo otra forma de interpretar nuestra realidad.
Un ejemplo será la plástica, aquellos muros sombríos que alojaban a frías oficinas se llenaron de colorido, relataron con pinceles la historia y la vida de México, el nacionalismo estallaba en los corredores de aquellos edificios virreinales, aquella luz tocó la memoria de generaciones.
La música fue una elevación extraordinaria, desde sinfonías a la emotiva música popular rebosante de imaginación y poesía, expresión que se convirtió en un emisario sobrecogedor ante un mundo antes lejano.
El cine abrió los sentidos de un pueblo a su cultura, en el extranjero provocó un interés que con el tiempo se transformó en asombro. La literatura multiplicó las voces de una nación reservada, las letras tuvieron un impulso insólito, las formas, estilos y temas hicieron vibrar la imaginación nacional.
Nacieron instituciones que explicarían y divulgarían aquella revelación, en diferentes momentos se crearon el INAH, FCE, INBA, Conaculta -hoy Secretaría de Cultura-, una extensa red de museos con vocaciones diversas que contribuyeron a este apasionado encuentro. Gran parte de este afán lo sostuvieron las universidades, las direcciones de Extensión Universitaria acapararon el impulso.
En la ciencia sucedió algo similar, los científicos de distintas disciplinas encontraron cobijo en aquellos gobiernos, el avance fue notorio e indiscutible, la ciencia por fin tenía un lugar en aquel largo tranvía en el cual se convirtió el Estado.
La UNAM albergará el empeño, vendrá el Colegio de México, semillero de instituciones dedicadas a las Ciencias Sociales y otras disciplinas; llegarán los institutos de Salud, el Politécnico Nacional, el Cinvestav o la Academia de Ciencias, el Conacyt, el CIDE, el CIAD, el Cimmyt o el ColSon, estas últimas en Sonora. Se crea con tino el SNI, por fin la seguridad profesional y la investigación tienen una fructífera unión. En el País hubo un auténtico florecimiento de instituciones dedicadas a la ciencia y la cultura.
Estas siglas son mucho más que acrónimos, letras que en realidad son los clavos con que se sujeta lo mejor del espíritu nacional: La cultura y la ciencia, signos que atenazan muchos años de dedicación y que representan a instituciones que hoy viven amenazadas.
Esta administración puso la ideología y la militancia partidista por encima de estas instituciones, encumbró a personas en las que prevalece el adoctrinamiento antes que otra cosa.
Muchos pensaron que sería diferente, suponían con algo de candor que otro signo ideológico los iba a catapultar, no sucedió, nunca habían sido tratados con tal rencor, calificados desde el atril presidencial como sabiondos o vividores. Castigados en presupuestos o en la desaparición alevosa de fideicomisos, así como en la aniquilación de programas y apoyos.
Es urgente el rescate de la mediocridad, la incompetencia y el dogmatismo de este patrimonio nacional, la cultura y la ciencia. Hoy dirigidos por alucinados que destruyen todo aquello que no entienden.