La Pequeña Dosis de Historia Por: Joaquín Robles Linares
Atestiguamos la deformación del gobernante sin contención, quien sermonea desvergonzadamente durante horas para desaparecer y reaparecer hasta el día siguiente, largas horas a la sombra, protegido por soldados escudados por los muros de un palacio.
Un Presidente cautivo de sí mismo, sin la más discreta autocrítica, escuchándose y elevando su mensaje en distintas plataformas, evidenciando un peligroso extravío, suponiendo que el tiempo le dará el lugar de heroica celebridad, lo intentaron algunos y acabaron convertidos en aberraciones políticas.
Oscurecido el entorno nacional por sus violaciones constantes al proceso electoral, por los recurrentes exabruptos, la interminable verborrea aunada a la constante conducta destructiva acaba su periodo transfigurado en un mandatario que dispone a placer de los suyos, demandando de ellos un sacrificio ignominioso.
La incineración de reputaciones lo ha convertido en un incendiario de honras que disfruta al ver en cenizas las biografías de quienes se le arrodillaron, la desmesura de un político que se alimenta del prestigio de rastreros.
A unos cuantos meses de terminar su mandato se muestra a un Presidente encolerizado aumentando su pulsión destructiva, intentando apropiarse de instituciones, recursos y la voluntad de millones de ciudadanos.
Propone la desfiguración de la Ley de Amparo, garantía de protección ante los abusos de autoridades. Ha postrado al titular de la Auditoria Mayor de la Federación, institución que ha renunciado a su responsabilidad.
Plantea la incautación indebida de una voluminosa bolsa de recursos de los trabajadores, disponiendo de un capital intocado desde hace 25 años. Se arroga insolentemente el privilegio de un señor feudal, por su voluntad se perdonará cualquier delito sin importar la gravedad, imitando a un monarca que tiene la facultad de absolver a quién le dé la gana, alterando la Ley de Amnistía para ser él quien otorgue la gracia.
Encubridor de la detestable corrupción en las fuerzas armadas, el notorio contubernio de familiares, cercanos y oportunistas en un amasijo de intereses y codicia, la institución consentida del régimen convertida en la beneficiaria de proyectos faraónicos y destino de miles de millones, como burla resuenan sus consejos, “únicamente un par de zapatos y rechazar los lujos”.
El régimen es un mar de absurdos y revela la larga mano del autócrata que intenta perpetuarse a través de su pupila. Al tiempo se darán los balances, mientras tanto, cientos de miles de muertes gravitan en el recuento de un sexenio terrible para la vida mexicana, mientras los abyectos se esfuerzan y se exhiben intentando sin éxito defender lo inadmisible.
Pietro Mascagni (1863-1945) fue un talentoso compositor de óperas tan importantes como Cavallería Rusticana, su genio marcó una época. Cuando el fascismo irrumpe en Italia emerge Benito Mussolini. Mascagni se adhiere a la corriente política en boga y se transforma en un convencido fascista, es nombrado músico oficial del movimiento, en 1935 estrena una obra para adular al dictador denominada Nerón. Más que una pieza operística era en un gesto adulatorio del artista hacia el político.
Pietro Mascagni se entregó a Mussolini, el oropel y los recursos llegaron al afamado compositor, aquella tiranía elevaba al autor a las alturas. Al derrumbarse el régimen el artista es acusado de colaboracionista y partícipe de la debacle. Pietro Mascagni es repudiado, abandonado y proscrito, murió en la indigencia en 1945.
Hasta el día de hoy su repertorio de representación es limitado, -exceptuando Cavallería rusticana-, aquella obra en la cual elogiaba a Mussolini quedó sepultada como un ejemplo desagradable del halago a un tirano.
En esa similitud inquietante entre el actual régimen y aquel movimiento italiano, la bajeza ha sido la constante.