Mi gusto es… (O la otra mirada)
Aquí estamos todos, rivalizando, anticipando la victoria propia y por ende, la ansiada derrota del contrincante.
Aquí estamos, apasionadamente, destacando las virtudes de quien merece nuestro apoyo, nuestra entrega y descalificando, burlones y sin matices, a quien hemos visto como lo indeseable y lo malo.
No quiero ponerme a contar el tiempo que llevamos contemplando este espectáculo cuya enésima edición, está por finalizar y por más que decimos que no dejaremos que nos atrape el fanatismo, la exaltación, el encono, y volvemos a caer.
Los organizadores hacen lo propio, no dejan de aparecer en los medios, se caldean los ánimos y surgen los enfrentamientos entre bandos, dejando no sé dónde aquello que llaman civilidad.
Para cuando nos cae el veinte, ya estamos divididos, gracias a ese ente que debería llamar a la prudencia y sin embargo, es el que bombardea a diario con misiles de intolerancia o violencia juzgando negativamente a sus pares.
Desayunamos, comemos y cenamos ese alimento circular en donde uno se cree el bueno, el mejor, el que las manda tocar, mientras que los demás que no traen puesta su camiseta, son lo peorcito, lo malo, el que no da una y que si bien antes era el que las mandaba tocar, era invencible y les pasaba por encima, ahora la situación ha cambiado y aquí nomás sus chicharrones truenan.
Esos otros, los que un día eran difícilmente vencidos y ahora que no fueron coronados, están prestos a cualquier error del mandamás para aprovechar la ocasión, y bombardearlo, en espera de que cambie el resultado y en los momentos finales, lo que parecía un simple trámite, se vuelva un empate.
Desde que tengo uso de razón- porque creo tenerla- estoy viendo esto. Hablo de principio de los años setenta, cuando estos que en la actualidad habían perdido casi todo lo disputado, eran los amos y señores quienes, por las buenas y las malas, pasaban por encima de los rivales quitados de la pena.
Algunos de estos últimos llegaron a desaparecer y no se supo más de ellos. De ese tamaño era su poderío y ni quien les hiciera sombra. Pero su reinado se acabaría algunos años después.
Algunos de ellos murieron, otros sabrán en donde quedaron pero llegó un momento en que los más jóvenes o los que no pintaban o los intrascendentes o los que eran ignoraban o los que no recibían una oportunidad o los indeseables o los que, de plano, no servían para nada, se cansaron de esperar y buscaron otros aires.
Fue así como, al principio, encontraron acomodo en otros equipos de reciente creación o insignificantes pero muy buenos para dañar al que estaba arriba, hasta que llegó un momento en que esos marginados- casi digo apestados- viendo que ese equipo que los había recibido era la nada pero se llevaba de piquete de espalda con el equipo que los había echado, entonces decidieron corretear la independencia y crearon el suyo.
Ya con esa franquicia, en apariencia muy diferente a cualquier otra, le dieron para adelante y la plebe por fin vio una opción contraria a esa que ganaba y que ganaba y que ganaba y se arrojó a sus pies incondicionalmente, por los siglos de los siglos convencida de que era un nuevo equipo, autentico y sobre todo verdadera, dispuesto a borrar del mapa a ese del cual alguna vez surgieron.
Pronto llegó la algarabía, la entrega incondicional, la creencia sin miramientos, la apuesta ciegas a favor de esta novedad, ya sea porque una mano desconocida mecía la cuna o que fluía mucho apoyo del altísimo o porque sus devotos confiaron en la palabra empeñada de una voz que les afirmó que nunca los traicionaría.
Así, con esa apuesta se jugó por muchos años y la ilusión fue tanta entre los seguidores como los soldados a la patria que en casa hijo le dio, que terminaron por olvidar el origen, no de esta asociación, sino de sus principales integrantes.
Bueno, es un decir, porque de que se acuerdan, claro que se acuerdan, pero ahora ni aceptan ni reconocen que esos a los que un día les soltaron una patada en donde la espalda pierde su honorable nombre, decidieron jugar tan igual como sus antiguos compañeros y, oh dios, todo lo que siguió, fue un quitar de máscaras y el descubrirse emulando, con superioridad a esos otros que si bien pasados al segundo lugar, no se le quitaron las cuestionables malas mañas.
Los que durante años estaban en la lona y no alcanzaban a consagrarse como si lo hacían los otros, de repente despuntaron, haciendo leña, ganando aquí y allá y sin mas ni mas ya eran invencibles.
Los otrora invencibles no solo cayeron en las preferencias, aunque sus fieles seguían a su lado, sino también estuvieron a punto de tocar fondo y desintegrarse, pero han sacado la cara y aquí andan haciendo su luchita, después de sumar refuerzos que portaban otra camiseta.
La historia reconoce que fueron únicos pero que, de pronto, alguien formó un grupito, rompieron el vestidos y fueron saliendo en desbandada, como nadie lo hubiera imaginado, al grado que muy pronto ya registraban su nuevo equipo.
Sí, le atinaron: ese nuevo equipo es ahora es el que las manda tocar, sin olvidar que está compuesto por dos o tres o más que, según ellos, no eran bien vistos o habían sido los culpables de que salieran de la otra escuadra.
Así la cosa dice los que andan en eso. Uno sale y toca la puerta de otro equipo, aunque haya sido su rival a muerte. Otros hablan maravillas de sus nuevos amigos pese a que no hace tanto, los señalaba como los más malos.
Es una promiscuidad que espanta y no obstante, seguimos apoyándolos o se llenan al tope los lugares a donde convocan.
En fin, ya aprenderemos o quien sabe.
Muy probablemente estaremos diciendo esto mismo en la que sigue.
En tanto llegan los próximos enfrentamientos, hay que estar listos porque el domingo tan esperado ya está aquí.
Será el partido de vuelta y habrá que ganar el mejor.
Le voy al América
Pero que gane el mejor
Y el lunes, cada quien a lo suyo
Después de festejar
Esperamos un gran partido
Pero que gane el mejor.