Mi gusto es…(o la otra mirada)
A la fecha y desde toda mi vida, he tenido un trato irreconciliable con todo lo que signifique manejar un carro.
Sí, y lo he contado mil veces, que yo no manejo ni mis emociones.
Admito pues, que eso de la conducción no se me dio y, por el bien de pasajeros y peatones, no agarro un carro desde que mi compadre Carlos Sanchez hizo el intento por enseñarme, pero fracasó.
Fracasó, estrepitosamente, por más paciencia que me tuvo, hasta que la llanta de ese Dart K color tamarindo empezó a desinflarse luego de que vire a lo bruto en una curva y valió madre todo.
Ese ruidito de aire fue como el silbatazo final en mis aspiraciones como chófer, con tal de que mi masculinidad no desentonara con la costumbre y como todo hombre, hecho y derecho, aprendiera a manejar.
“Ahí déjalo”, dijo compungido, mi compadre, cómo resignandose a lo que le acababa de quedar más que claro. “Tú no debes de manejar, es un peligro que tú manejes”, sentenció y me llevó de copiloto hasta mi casa.
Después de eso, como les digo, no he vuelto a conducir un carro, si así se le puede llamar a lo que yo intenté.
En lo personal, la experiencia fue agobiante cada segundo. Diganme lo que quieran pero admito, con todo lo inútil que esto puede ser, que tal habilidad no fue lo mío y, según dicen los que saben, ya es tarde por qué se pierden reflejos, nos volvemos más torpes y esas cosas.
En fin.
Creo que está más que claro que estoy admitiendo mis limitaciones. En otras cosas nadie me gana, pero en esto nomás no me bendijo Dios.
Lo aclaro porque tampoco se trata de flajelarme y proyectarme ante todos ustedes cómo un perfecto inútil.
Aunque lo sea.
Pero lo que estoy haciendo es un ejercicio, vamos a decir didáctico, pero a modo de exhorto para que otras personas reconozcan que, en eso de la manejada, hasta yo les gano y que no quieran conseguirse el sustento diario al frente de un volante, primero, si no tienen la destreza de mi compadre Carlos Sánchez, mínimo y, segundo, si no conocen la ciudad donde ejercerán su chamba.
No, tampoco quiero que me digan al subirme que fueron alumnos de #ChecoPérez, o que un día ganaron la carrera de las mil millas y que conocen la ciudad cual si fueran Testigos de Jehová.
No.
Pero no la amuelen.
Lo preferible es ser transparente, admitir que no pudimos con ese reto y que aparte, cuando intentamos lograrlo, nos fue de la patada.
De lo contrario, se corre el riesgo que, en revancha y con cierta odio, frustración o coraje busquemos acabar con todo lo que signifique industria automotriz pero sin reconocerlo, digamos al mundo entero que nuestro generoso propósito, es erradicar sus vicios y reformarlo.
Aunque no sepa nada de nada al respecto, pero me pongo al frente de la cruzada y arengo a las masas para despretigiarlo.
Peor aun: abordo el tema como todo un experto, mas sin embargo, mi analfabetismo sobre los carros, su origen o invento, su historia y crecimiento, su situación actual o su pasado, es notorio, pero aun, los que me escuchan y me admiran me creen y me siguen en muchedumbre para cambiar a la industria automotriz.
No sé que el primer vehículo se remonta a 1885 cuando Benz construyó un motor de cuatro tiempos con un cilindro horizontal de 954 cm3 de desplazamiento, que podía girar a 400 rpm y alcanzar una potencia de 0,75 CV. y que el triciclo motorizado de Benz fue una novedad absoluta en todo el mundo ya que fue el primer vehículo impulsado por un motor de combustión interna.
No sé nada.
Tampoco se que la industria automotriz es un conjunto de compañías y organizaciones relacionadas en las áreas de diseño, desarrollo, manufactura, marketing y ventas de automóviles ni que es uno de los sectores económicos más importantes en el mundo por ingresos.
Pero leo la contraportada de un libro, me echo un clavado en google, pido una tarjetita, las digo en un acto público y los dejo apantallados a todos, como si realmente supiera.
Obvio, ninguno de ellos sabe que no se ni donde se coloca el motor, como se quita y se pone, ni la transmisión, ni el chasis, ni la suspensión, ni el sistema de frenos, ni siquiera las llantas, ni el sistema de dirección, ni el sistema eléctrico.
De igual manera confundo la Cámara de combustión con el bloque del motor y creo que el Árbol de levas es una planta de alguna región y nada sé sobre válvulas, bujías o el cigüeñal o la biela.
Así como lo leen.
Pero no obstante, soy el comandante en jefe en la transformación o la reforma de un sector que tiene sus cuestionamientos y mucho por cambiarle, pero yo no estoy dispuesto a matizar porque pesa más el recuerdo de como me ha ido con los carros, la manejada y engangrenada mi mente por esos episodios, esas experiencias, ardo por dentro, muestro una risa hacia afuera y les vendo la idea de que hay que hacer una necesaria reforma para poner a cada quien en su lugar.
Porque a la fecha y desde toda mi vida, he tenido un trato irreconciliable con todo lo que signifique manejar un carro y ya de paso con la industria automotriz.
Y ya no busco a quien me la hizo.
Sino quien me la pague.
Y alimente mi rencor.