Mi gusto es…(O la otra mirada)
Lo que ahora como novedoso concepto se estudia, es un tema de reflexión milenaria y aun así no se agota.
¿Lo que vemos es apariencia o es real?
¿Nuestra vida es auténtica o somos, a diario, diario, una gran puesta en escena?
¿Anteponemos frente a los demás, la simulación en cuanto a lo que somos, quienes somos y que tenemos o el ser transparentes entre nuestro decir es la constante?
Y una última:
¿Qué obliga o que hace a una persona convertirse, frente al resto del mundo, en lo que, en esencia, no es y aparentar lo contrario?
Las respuestas puede que algunos de ustedes las tengan y si es así, compártanlas, pero, mientras, yo me adelanto para decirles que la historia humana está tupida de pensadores locos o no tanto que observaron la diferencia entre como aparentan ser las cosas y como lo son realmente, “con sueños, ilusiones y alucinaciones, proporcionando metáforas poéticas y filosóficas”.
Leo, por ejemplo, la historia de Zhuangzi “El sueño de la mariposa” de la antigua China, la filosofía India de Maya o en la filosofía de la antigua Grecia se comparaban los elementos existentes con escenas pintadas que se parecían a las impresiones experimentadas durante el sueño o la locura.
Por su parte, en la tradición filosófica occidental, la Alegoría de la caverna de Platón sobresale como una gran influencia y en algunos documentos de la filosofía Azteca se afirmaba que el mundo enterito era una pintura o libro escrito por el Téotl.
Es decir, según estos postulados resulta que somos nomás un lienzo, un trapo en la pared o un guión bien aprendido.
Don René Descartes, con todo y su greña al estilo de los rockeros mexicanos de los setenta, hace una revisión aguda y filosófica de estas dudas epistémicas que fueron directamente seguidas por una gran literatura con variaciones posteriores como su hipótesis del genio maligno.
En la actualidad, la llamada realidad simulada es la proposición que considera que la realidad podría ser una simulación, quizás por ordenador, a un grado indistinguible de la “verdadera” realidad.
¡Ah, chihuahua!
Esta postura generaliza y nadie queda a salvo. Salvo. Ni el más genuino queda a salvo y todas nuestras vidas resultan ser un libreto.
Eso parece decirnos.
Esta selección, de acuerdo al texto que al mejor estilo de Yasmin Esquivel me acabo de plagiar, contendría mentes conscientes que podrían saber o no, que están viviendo dentro de una simulación.
Esto quiere decir que, en su versión más fuerte, la “hipótesis de simulación” afirma como algo muy posible, e incluso probable, que estemos viviendo en realidad en dicha simulación o en modo simulación, como diríamos ahora.
Aquí ya me hice más bolas que la presidenta municipal de La Paz, al explicar las nuevas tarifas de transporte, pero es algo así como el creer muy ufanos que estamos disfrutando de un partido entre el Barcelona contra el Real Madrid en el mismísimo estadio de cualquiera de ellos, pero la neta es que estamos en las gradas del Alfonso Lastra, presenciando un tortuoso duelo el Atlético San Luis V.S. Mazatlán rogando que ya se vayan a las regaderas todos.
El que alguien actúe así es bueno en tanto que sepamos identificar al farsante y caer en sus mentiras con apariencia de verdad o en esa seducción ilusoria de quien más pronto que tarde habremos de conocer su verdadera identidad, pero para entonces ya hizo mucho daño.
Pero es malo porque no todos tienen esa intuición o esa vagancia de detectar al embaucador, peor aún, caen redonditos en su entelequia, creen lo que aquel dice y pueden hacer o decir muchas tonterías en el nombre de una impostura difícil de descubrir a tiempo.
Aquí radica el problema ya que puede que se le crea más al que finge por antonomasia y se le dé la espalda al que no complace por complacer, sino que su religión es la sinceridad.
El segundo capítulo de El laberinto de la soledad, denominado Máscaras mexicanas, es una radiografía propuesta por su autor Octavio Paz sobre las características que constituyen la idiosincrasia de ser mexicano además de ser una reflexión sobre el por qué los mexicanos son y actúan de la manera en que lo hacen.
Así, el rajarse y el trato a la mujer como un mero objeto constituyen dos elementos importantes que dan cuenta del carácter conservador y machista en el que se desenvuelve la cultura mexicana. El no rajarse puede ser entendido como una apología del individualismo. A partir de lo que Paz señala en su ensayo sobre la cultura del mexicano se puede concluir que si éste se abre y se muestra como en verdad es entonces dejará ver su alma, o sea, se rajará, cosa que no puede suceder.
Es imperdonable ser como se quisiera ser. Lo más cómodo es seguir al rebaño pastoreado por la simulación, por el engaño propio y el engaño al que nos conduce esta sociedad de masas en la que no cabes si actúas con franqueza, con naturalidad, sin ambages.
“Existe una simulación de la inteligencia, como hay una simulación de la virtud.” Advierte Remy de Gourmont, el escritor francés.
El historiador José Luis Rodríguez Jiménez se pone más conspirativoradical y asegura: “Hay teorías insólitas e inquietantes -sencillas de formular y difíciles de refutar- como la de la simulación, que asegura que todo lo que vive y el propio universo no es más que una sofisticada simulación informática creada por un macroordenador extraterrestre. ¿Acaso somos una compleja materia holográfica que solo existe dentro del software de un sistema operativo?”
Ignoro si sea adicto a algo, pero eso dice.
Lo cierto es que, para bien o para mal, esta sociedad, en su mayoría, se ha vuelto una teatralidad, una gigante escenificación y la tarea es respondernos por qué y para qué.
Es decir, si en esto de maquillarnos a granel es un ejercicio de sobrevivencia para no ser vencidos por el resto de nuestros semejantes y por tanto la careta tiene que ser de un individuo imponente e invencible, así seamos por dentro los más frágiles o es la armadura de quien quiere avasallar y posesionarse como un hombre o una mujer imperial que se encuentran diez o veinte peldaños más arriba de un grupo social al que perteneces o quieres pertenecer, solo que no fuiste dotado de sabiduría, de prudencia, de honestidad o sencillez para alcanzarlo en forma legítima, por las buenas o sin encubrirte en lo que no se es y entonces es cuando te vuelves artificio, simulación, disfraz.