Mi gusto es…(o la otra mirada)
Casi puedo jurar, después de volverme un usuario frecuente, que a los choferes de Uber los tienen o pueden clasificarse por grupos etarios y su grado de destreza para llevarnos a nuestro destino y el conocimiento de las calles y de la ciudad, se catalogarse de 0 a 10, partiendo del rango de edad más joven, quienes, según mi testimonio como pasajero, los veo como los más inútiles o los que menos le ponen ganas al oficio.
Quizá sean los que son obligados por sus padres a que hagan algo de provecho aparte de estar en su celular buena parte del día.
Tal vez sean quienes están de vacaciones o tienen días libres o aún no deciden qué carrera estudiar o están cumpliendo con la promesa de activar la aplicación e irse de Uber a cambio de que, una noche antes, el jefe o la jefa, es decir, papá o mamá le presten ese mismo carro para irse por ahí de antro, o para donde pinte el huarache, antes de espinarse.
Esa puede ser la razón por la que algunos de ellos anden como recién levantados, con los cabellos parados, pans o bermudas y en calcetas blancas metidas en unas sandalias negras, pero sobre todo, con una cara de flojera que amenaza con quedarse dormido tres cuadras adelante.
Estoy suponiendo, claro está.
Hay quienes estudian y a la par dan el extra en este jale de horas sueltas y también están los emprendedores que incursionan en esto, algunos con éxito, pero otros, con mucho verbo, pero escasas ganas, como ustedes lo podrán confirmar.
Me refiero al que abrió ese puesto de dogos o ese punto de banderillas en los carnavales o ese carrito ambulante que ofrecía pepihuates, tontitos con chile, nachos, por fuera de su casa pero que lo atendía su mamá y no él y por tanto nomas duró cuarenta días .
El más genuino de este primer grupo, y hay que aplaudirlo, es el que, casándose pasado apenas los veinte años de edad, ya tiene tres hijos y hay que buscarle por donde se pueda ya que lo espera en casa su prematura familia o quienes andan por el estilo pero ya partieron cobijas y ahora tienen que sacarle agua a las piedras con tal de cubrir , de manera voluntaria o por decisión judicial, una pensión alimenticia.
Aquí no estoy suponiendo, me lo han dicho en secreto de confesión.
Eso sí, con su excepciones, todos están a las órdenes del aparatito, ese mentado GPS que, atento a lo que leo, es “un sistema de navegación por satélite que proporciona información sobre la ubicación, velocidad y sincronización horaria.”
Pues si, pero no para que dependan exclusivamente de él. Años atrás hubieran tenido que pararse cada trescientos metros para preguntar en la tiendita de la esquina o a la doñita que anduviera barriendo o a la palomilla que jugara en la calle, en donde carajos queda tal o cual barrio o dirección o de, plano, se dedican a otra cosa.
Tiene que ver su corta vida con tapujos o el autoencarcelamiento en un cuarto de su casa agarrados con los videojuegos, lo cual les ha impedido saber los rumbos de las calles o el nombre de las colonias o el famoso puente que todos conocen(menos ellos) y muy obedientes con su guía, pueden agarrar pal norte aunque el destino este para el sur o viceversa, razón de más para estar muy al pendiente porque, en un descuido, van y paran en el fondo de un voladero y todavía le agradecerán a su mentado GPS por eficiente.
El grupo que le sigue es el que puede ir de los treinta y tantos a los cincuenta o poco más ya que algunos de ellos, presumen que ya están jubilados o están a un amparo de lograrlo.
La mayoría de ellos se caracterizan por ser muy propios aunque siguen dependiendo de la tecnología pero, sin ser todos, ya no andan en chor como los de arriba, más bien andan muy adecuados para ofrecerse como los más decentes y que si andan ahí es porque se acaban de pensionar o ya mero o los echaron los gringos hace unos meses o llegaron del sur de la república amorosa, se instalaron en estas regiones, fueron víctimas del embrujo sonorense al casarse con una bella mujer de las que en esta región de la patria abundan y deben de llegar a casa sufriendo la gota gorda pero llevando consigo lo que la dama que lo espera con unas tortillas de manteca o de agua o la dueña de sus quincenas está por salir del turno de la maquila y quiere darle los lujos que se merece.
Si traen música, esta es en inglés de las viejitas o de algún grupo mexicano de los años setenta que a veces acompañan con un silbidito o le hacen segunda al cantante en turno.
Hay más que decir pero debo pasar al siguiente grupo que, en esa escala que dije al inicio, y aunque usted no lo crea es el muestra más vagancia, es decir, cincuenta y cinco y más, hasta llegar al sector de los adultos mayores quienes, sin ninguna tecnología que los gobierne, son unas chuchas cuereras para dejarte a ti, a mi o al diablo, rapidito en nuestro mero domicilio.
La mayoría usa gorra o sombrero, traen botas y el modelo de carro que traen no es reciente. Te hablan de la ciudad o de tal barrio como si la hubieran fundado y se ponen a platicar de tiendas o lugares que ya no existen, más que en su nostálgica memoria.
Su animo varia: hay desde los más serios hasta los más campechanos y ocurrentes, hasta los que no pronuncian nada hasta decirnos cuánto fue y uno llega a pensar que es una chofer fantasma o algún robot con inteligencia artificial
Después de algunos viajes, uno ya los identifica e incluso, cerrado los ojos en el asiento de atrás, pudiera adivinar qué edad aproximada tiene el conductor o a que grupo de los que dije, pertenece.
Si es del rango más joven, su música es del Carin León o del Natanael Cano que sin ser lo mejor, no es lo que más desespere, sino esa apariencia de autómata, como si estuviera en estado catatónico, pero en la playa, porque la mayoría de ellos, trae pantalón corto, y una greña como si se acabara de bajar de un tufesa y lo hubieran levantado nomas para que agarrara el carro y se pusiera a manejar.
Los de en medio son más cursis o románticos y no dicen groserías, pero suelen renegar de todo como si aprovecharan la ocasión para desahogarse. Uno los escucha y dependiendo del tema o de las ganas de hacerle al terapeuta, respondemos un no o un sí, o quien sabe o no te preocupes, ten por seguro que ella volverá o él volverá porque han de saber que aquí es donde también hay mujeres conductoras que, debo de reconocerlas, destacan por respetuosas y eficientes.
Del rango mas grande, quiero decir, de los cincuenta y cinco más, sobresalen choferes que ya lo fueron en taxis convencionales, de ahí su experiencia y su leperada y sus recomendaciones de ciertos lugares de relajada moral y de su apología por estas bebidas alcohólicas de las denominadas caguamas o de la competencia de pecho amarillo que dicen beberse al ritmo de ese dueto vernáculo o norteño que traen puesto y que lo único que provocan es sed.
Los dejo porque ya llegó el que pedí y quiero ver que tipo de chofer me tocó pero sobre todo a cuál grupo pertenece para agradecerle a dios o irme resignando .