La Pequeña Dosis de Historia. Por: Dr. Joaquín Robles Linares
El problema más grave que enfrenta la República es el poder desbordado que ambiciona el Ejecutivo, la autocontención es inexistente y por lo mismo, el autoritarismo con el que se conduce destruye el equilibrio democrático.
Estas formas tienen su origen en liderazgos supremos que, enmascarados en desfiguradas voluntades populares pretenden pasar como demandas sociales el venenoso ataque a las instituciones republicanas, la rendición del Poder Judicial ante el Ejecutivo es una de las muestras más claras del propósito.
Una de las características del porfiriato fue que el Estado se identificó por su autoridad personal y esta recaía en el general y caudillo, así estableció formas que abrazaban la Constitución a los deseos personales del dictador, quien conocía muy bien a sus gobernados y usando astutamente el lema de: “Orden y progreso”, ciñó todo a su centro.
En un país que había vivido casi un siglo de pronunciamientos militares, guerras intestinas, invasiones, pérdidas monumentales de territorio, dos monarquías, una escasez de recursos permanente, el llamado al orden y al progreso más que un lema se había convertido en un anhelo nacional.
Porfirio Díaz se fue consolidando y tomando paulatinamente las precarias instituciones para someterlas a su servicio, pausadamente fue debilitando a sus oponentes sustituyéndolos por gobernadores sin arraigo, legisladores sin identificación popular y ministros plegados a sus objetivos.
La figura del jefe político en el porfiriato estaba por encima de los poderes locales, estos se convirtieron en odiosos testaferros de un régimen que asfixiaba el desarrollo, así como cualquier posibilidad de libertad política.
Con simulado pudor cuidaba las formas legales en una administración que estaba volcada en su persona:
“Se cumplieron escrupulosamente los procedimientos electorales contenidos en el texto constitucional, pero la selección de candidatos, procedimientos y resultados estaban de antemano determinados por decisiones presidenciales” (1).
Hoy en día, para desgracia de la República experimentamos un renacimiento porfiriano potenciado por medios de comunicación oficiales y no oficiales, que procuran en su insistencia la vulneración de todo lo que tenga que ver con la independencia y la rendición de cuentas.
Vivimos un centralismo asfixiante y el quebrantamiento de las instituciones independientes que la Nación había creado para contener el desmesurado Poder Ejecutivo: CNDH, Poder Judicial, INE, Instituto de Transparencia y muchas otras que favorecían la equidad, la autonomía y la libertad política, atestiguamos la imitación posmoderna de una dictadura.
Aunado a estos negros augurios, mal comienza una administración mintiendo, sin defensa a los anteriores quienes también mentían, sin embargo, en este régimen la mentira tiene dimensiones mucho mayores y se encuentra envuelta en afirmaciones que son escandalosas.
La Presidenta asegura no tener interés en disponer de jueces a su servicio, no obstante, al día siguiente desacata descaradamente los ordenamientos judiciales, actitud que rompe el orden constitucional y nos acerca al abismo político con los riesgos que esto implica.
Los abusos que cometió Porfirio Díaz estallaron en un movimiento armado que provocó una inestabilidad de décadas con resultados catastróficos para el País, costó un siglo llegar a la democracia para destruirla con pretextos populistas.
Habíamos logrado el tránsito de un sistema de partido hegemónico a la pluralidad política con la formación de instituciones emancipadas, hoy vamos en sentido inverso, pasamos de la pluralidad al régimen hegemónico y personalista donde todo gravita en torno a la Presidencia, para la que importan más los humores y obsesiones que el contrapeso democrático. Ni Porfirio Díaz fue tan irracional. 1- José, Gamas Torruco. La Constitución de 1857 y el orden jurídico en 1917 en México en 1917, pág. 162, entorno político, jurídico y cultural. Inehrm, 2017.