Mi gusto es…(o la otra mirada)
El que triunfa en forma legítima, apoyado únicamente en sus cualidades o virtudes, antes que en sus marrullerías y en su fingida integridad, es el que merece y debe trascender.
Los otros, esos que viven de la simulación y un discurso nostálgico y cursi de lo que fueron, pero se convirtieron en lo mismo que un día, con greña larga y morralito al hombro, juraron destruir, si bien son en el teatro de las apariencias unos triunfadores, estos nada más viven del discurso añejo y de la hipócrita palabra a la que faltan a diario, también puede que trasciendan, pero en la nada.
Es decir, además de vivir y muy bien, por más que dramaticen con empatía falsa respecto a la austeridad ajena y propia, son en realidad unos vividores.
Los otros, los que juran que vienen del subsuelo de la pobreza, haciendo camino y se convierten de la noche a la mañana en prósperos empresarios y posan en las páginas de sociales como el ejemplo a seguir.
No sé ustedes, pero yo me quedo con los primeros, los auténticos, que contra toda adversidad, le batallan casi hasta tirar la toalla, pero se levantan, vuelven a tocar puertas, le buscan aquí y allí, lloran a solas, aguantan desplantes pero un día, el fruto de todo eso que sembraron, incluso sin hacerlo en forma consciente, brota y madura con la sabrosura de la victoria, los reconocimientos y la consolidación
No importa que profesión o que oficio eran, pero intentaron hacerlo bien y a la buena, distinguiéndose de esa comunidad del menor esfuerzo, pero de la mayor triquiñuela, que viven del triunfo de los demás o se ofertan como grandes triunfadores sin serlo o prometiendo ser grandes e infalibles en alguna encomienda futura que buscan con enfermiza obsesión, y cuando hay que dar muestras de lo que decían ser capaces, resultan un fiasco y culpan a los demás de su ineptitud y su fracaso.
Conozco de uno de los otros e ignoro si, en la historia de este gran barrio o esta gran clica que somos todos los que conformamos el mundo, siempre fue así.
Tampoco sé cuándo los que valían la pena como hombres y mujeres que buscaban el éxito en buena lid terminaron por ser los menos y los más eran aquellos que viven de un discurso nostálgico de lo que fueron en cuanto a sus convicciones o de lo que pudieron ser y ahora ni sombra son.
Léase bien: dije que son los menos, es decir que, a pesar de ser poquitos, como algún día fueron los dinosaurios o actualmente son los que pueden asumirse como priistas en público sin penita o como esos botes que apenas quedan en la hielera pasadas las doce de la noche, eso no quiere decir que no contemos con ningún ejemplar o que no hayan existido.
No pienso escudriñar en todas las disciplinas para darles ejemplos de uno y otro perfil y, no obstante, solo porque los quiero mucho por leerme semana a semana (bajo la ilusa creencia de que me leen), pensaré en voz alta sobre tres grandes que, venciendo infortunios, uno de un tipo, este se otro y el tercero de aquello, son legítimamente y sin regateos los tres más grandes deportistas que el pueblo bueno y sabio guardia en su memoria hasta este octubre de 2024 y que puede recordar.
Hablo de Julio Cesar Chávez, Hugo Sánchez y por supuesto de Fernando Valenzuela, tres mexicanos, tres hombres, tres deportistas que antes de ser lo que terminaron siendo, picaron piedra, arriesgaron, buscaron oportunidades, hubo sacrificio, agarraron, válgame la expresión luctuosa, al toro por los cuernos y pese a un camino lleno de obstáculos por vencer, hacia este fueron y triunfaron.
Creo yo que los tres, en eso de lograr tantas victorias y ser agradecidos, a nadie le deben nada.
Eso creo y habrá otras áreas en donde también se consiga esto pero lo que no se vale o al manos yo detesto es que el condecorado sea el que presume en Facebook una congruencia impostada, aplaudida por ingenuos o reforzada por charlatanes como él o ella y resulta que al siguiente lunes, desde tempranito y durante toda la semana, vuelve a ser el ojete que en realidad es y dándose cuenta del tamaño de su disfraz, pide, ruborizado, un café a su secretaria con una cucharada de azúcar y dos de vergüenza, y reponiéndose del gancho al hígado que le metió su culpa, inhalan y exhalan hondo, se acomodan su incómoda corbata y acto seguido, atendiendo la primera audiencia pública, con la cara que pone su doblez.
Pero tarde que temprano, por más que vivan o hubiésemos vivido de la simulación y el autoengaño, la realidad los alcanza y acaban descubiertos con sucedió con aquel desnudo emperador.
Pero antes, dios mío, como hacen daño porque histrionismo les resulta y apantalla a más de dos o de tres y no se diga de cuatro, pese a que en algún periodo de esta gran puesta en escena que es la vida, estos que se deslumbran ahora, los hubiesen acusado de todo, sabedores del peligro que significaban dejándoles encargado una caja fuerte o unas cuantas monedas del erario, porque tan pronto quedaban a solas, sustraían lo guardado o se lo echaban a la bolsa tal como lo haría un cochi si dejamos frente a si, un puñito de maíz.
El que triunfa en forma legítima, es el que merece y debe trascender, repito.
Los otros, quienes de dientes para afuera presumen ser íntegros o siguen envileciendo a cándidos mediante su palabrería o le ponen veladoras a su personaje favorito de la historia para que en la noche no le taladre su conciencia cual si fuera una crisis de migraña o su ídolo en sus años universitarios continúe ahí colgado en la pared de la ignominia, para adorarlo como una groupie llora , enamoradamente histérico , frente al cantante de moda, no, no y no.