La Pequeña Dosis de Historia. Por: Dr. Joaquín Robles Linarea
A finales del siglo XIX llega a gobernar Nuevo León un personaje notable, Bernardo Reyes, fiel a la costumbre porfiriana no era oriundo del Estado, eso hacía que la subordinación con el presidente Porfirio Díaz fuera imprescindible.
Militar jalisciense ilustrado con destacada trayectoria y aguda visión política, sus oficios por mejorar las condiciones de aquella entidad se tomaron con gran seriedad, su administración dejó una huella profunda aunada a otros factores muy importantes que permitieron el desarrollo de la región.
En 1890 el Gobierno de Reyes unido a la administración de Díaz, propiciaron condiciones favorables para la industria, estos factores internos supeditados a condiciones externas lograron la formación de una cultura industrial en Monterrey, la cercanía con la Costa Este de los Estados Unidos y la proximidad del centro de México los beneficiaba, pero paradójicamente el auge lo desató una medida proteccionista de los Estados Unidos: El Arancel McKinley.
Esta disposición promovida por un senador norteamericano en 1890, que buscaba proteger su mercado de las materias primas latinoamericanas, tuvo un efecto favorable en México y contraproducente para los norteamericanos, fue tal la impopularidad de la medida que en la elección posterior McKinley perdió su escaño.
El arancel encareció el mercado interno norteamericano de forma ruinosa y provocó que los empresarios mexicanos se organizaran para producir bienes de consumo, los historiadores Paolo Riguzzi y Patricia De los Ríos en el texto: Las relaciones México-Estados Unidos, 1756-2010. Volumen II. ¿Destino no manifiesto? 1867-2010 lo explican: “La experiencia del arancel McKinley resulta ser una lección muy importante para México en cuanto a capacidad de autonomía política, defensa económica y persecución de sus intereses. La negociación con los inversionistas estadounidenses lleva a que, en lugar de exportar minerales en bruto, el ciclo productivo minero se concentre en México, desde la extracción hasta el beneficio y la fusión. Para la economía mexicana deriva en una mejora neta”.
Monterrey se convierte en una plaza pujante, las actividades se diversifican, metalurgia, vidrio, textiles, cerveza, alimentos, la migración crece, en el censo de inicios de siglo XX se informa que casi el 40% de la población era foránea. Esto provocó algo más que recursos, demostrando la importancia del empresario, el empleo y el obrero calificado, la prosperidad fue un asunto de factores.
El político, en la figura de Bernardo Reyes; el manejo inteligente de un revés y la explotación virtuosa de la ubicación geográfica, sus recursos humanos y naturales. Para 1929 aquella clase empresarial provoca personajes como Luis G. Sada, líder que aglutinará a miles emprendedores de todo el país para formar la Coparmex, una organización que acogió a miles de patrones que veían un riesgo estatista en el régimen revolucionario. Ya organizados hicieron valer su opinión ganándose el respeto, el objetivo no se centraba sólo en ganar dinero, sino de formar un entendimiento social en torno a las empresas y sus responsabilidades, no invadir campos y poner un límite a los gobiernos y sus políticas, este ejemplo permaneció durante décadas.
Hoy en Sonora se vive un episodio vergonzoso, a diferencia de aquellas personalidades, las organizaciones empresariales sonorenses son apéndices del Gobierno y cómplices oficiosos para imponer mayor carga fiscal, además de invadir áreas que no les corresponden, utilizan portavoces que se distinguen por ser colaboracionistas de los gobiernos en turno y sin actividad ni reconocimiento empresarial. Se argumenta que la oposición en nuestro País esta desdibujada, esto debe de señalarse también a las organizaciones empresariales que se han vuelto acomodaticias y coparticipes de los abusos del régimen. El silencio lo comprueba.