Mi gusto es… (o la otra mirada)
Durante estos días de emplazamientos y desfiles insurgentes, he recordado aquellos años ochenta en los cuales, una buena parte de la comunidad universitaria sumaba esfuerzos para lograr un mundo y un país mejor.
Eran tiempos utópicos que al recordarlos, se me hace un nudo en la garganta por culpa de una gripe que traigo y hago lo posible por reconstruir esos dias ochenteros en donde al interior de la universidad quedaba atras el conservadurismo como fuerza dominante y las riendas eran tomadas por rejuvenecidos grupos que a nombre de la democracia, se encargaron de decidir que hacer y que no, en el alma mater.
Para cuando algunos llegamos, muy poco quedaba ya, por no decir nada, de ese grupo represivo de choque del que ya se ha escrito mucho y el partido imperante había menguado tanto que su presencia casi era nula, a no ser por uno que otro reducto en algunas escuelas como pudo ser la de Derecho.
La lucha, recuerdo, ya no era entre el PRI y el mal gobierno en contra de un activismo revolucionario que había sufrido dolorosas bajas adentro y afuera de la uni, sino que era entre los propios grupos denominados o autodenominados de izquierda que, pese a estar todos fusionados o constituidos en un sindicato, a la mera hora, al disputarse un espacio de poder en una escuela o en cualquier órgano de los que la ley establecía como deliberatorios o de control, entonces todos se persignaban en el nombre de Marx, olvidaban la unidad y se batían en una campal de alarido.
De los que las mandaban cantar, todos eran democráticos o al menos así se asumían, solo que unos estaban al frente de la administración de la uni mientras que otros se quedaban con las ganas de hacerlo.
En teoría, pues, todos eran obreros académicos o manuales o trabajadores en defensa de las mejores causas de la universidad.
Tambien lo eran, decían, cuando querían rectar, o sea, cuando querían ocupar la rectoría pero era aquí cuando la cochi torcía el rabo.
Los unidos no lo estaban tanto, al que se reconocía como brillante, luego como rival era lo peor y aquel, del otro lado, con quien se amaneció en una tertulia era lo peorcito y se retaban a un duelo infinito de tonterías y lugares comunes.
Obvio, alguien ganaba y de ser el defensor de los trabajadores, se volvía el patrón de los que semanas antes, eran sus pares.
En medio de eso, un sindicato o los dos, al momento de emplazar a huelga o de cumplir con ese acuerdo inapelable de la asamblea en el sentido de que el viernes o jueves tenían que marchar hacia el palacio de gobierno para decirles sus verdades a los culpables de regatearles un aumento, pero hacerlo sin estudiantes no tiene sentido y entonces hay que posponer hasta que los convenzamos que deben sumarse y así nos vemos más fortalecidos.
Esto mismo se intentaba cada primero de mayo en donde se salía a marchar con furia y plena indignación a fin de protestar a voz en cuello contra topes salariales, injusticias laborales y abusos de un régimen autoritario y represor.
Sí, como aquel 1 de Mayo de 1985, cuando el contingente universitario al cual se habían sumado algunos estudiantes marchaba codo a codo con uno que otro movimiento independiente, a la vez que junto pero no revuelto con un casi marginal partido político de izquierda a quienes poco crédito se le daba al considerárseles meros’reformistas, comparsas del régimen e incapaces de buscar un cambio real y verdadero.
Sí, esa inolvidable fecha en la que, de pronto, el contingente fue detenido en seco por un grupo de choque muy al estilo del Movimiento de integración cristiana organizado pero con playera de la CTM y varilla en mano cuyos integrantes usaron para golpear a los que tuvieron más cerca o que no alcanzaron a correr hacia catedral, incluso, para protegerse.
Los estudiantes, de nuevo, ponían el pecho y sacaban la casta asumiéndose como un sector importante y solidarizándose con uno y otro sindicato cuando sus dirigentes, todos y todas “buena onda” nos solicitaban el apoyo para exigir el cumpliento total de sus demandas.
La respuesta estudiantil era favorable, genuina e incondicional, fuera a la hora de las pintas o reparto de volantes, en un mitin o una marcha y no se diga luego de un estallamiento de huelga cuando de hacer guardia de noche o de día, en las escuelas se trataba
Pero hay amores que no son correspondidos y eso pasaba cuando eran los estudiantes quienes pedían de los sindicatos, en particular al de académicos, que apoyaran las demandas para mejorar el nivel acádemico o solicitar el cumpliento del Estatuto del Personal Acádemico, las cuales se podían traducir en la exigencia de que se destituyera a tal o cual maestro porque no acudía a clases o no estaba preparado para esa materia (ni para ninguna), o era señalado como acosador o pedía botellas de Whisky a cambio de una calificación aprobatoria.
La dirigencia sindical entonces, hacía mutis, no correspondía igual, pretextaba derechos contractuales y los señalados por los estudiantes como profesores non gratos, eran blindados por dicho sindicato y en lugar de irse de la universidad por la puerta de atras como merecían, recibían una beca o una licencia para irse a otra ciudad, como el otrora Distrito Federal y así salvarlos de una expulsión o del generalizado repudio estudiantil.
Con esa ingratitud pagaban los maestros, obvio no todos pero si los mas, el respaldo que recibían de los alumnos cuando aquellos lo necesitaban o cuando mostraban su independencia al tomar decisiones y guiarse por mutuo propio.
Les importaban los estudiantes pero en ocasiones nomas y si eran manipulables y obedientes, mejor.
Escasos eran los profes que mostraban un respeto sincero hacia la base estudial.
Tal solapamiento era la mejor señal para que imperara la impunidad y esos maestros continuaran faltando a clases o confundiendo la libre cátedra con un decir infinito de tonterías y ocurrencias ahí juntito al pizarrón.
Pero como no habia consecuencias, no enderezaban el rumbo y así a muchos de estos les llegó la jubilación con mas antigüedad genérica en sus casas o en un bar cercano que en el salón.
EL MAESTRO LUCHANDO, TAMBIÉN ESTÁ ENSEÑANDO…
El rechazo de la comunidad y de la opinión pública era, hasta cierto punto, merecido, sobre todo si al salir a marchar por esa avenida principal, el contingente era encabezado, entre otros, por uno o más de los profesores que dejaban de asistir a clases tres días a la semana y otros dos, también pero que a la hora de agarrar el micrófono como oradores hablaban tan enjundiosos e indignados que parecía que hubieran asistido, ininterrumpidamente, todo el año, incluyendo sábados y domingos.
Pero decírselos como estudiantes o exigirles que cumplieran con sus obligaciones magisteriales, era para ellos como una violación a su contrato colectivo de trabajo.
Así fue por muchos años.
Muchos.
Tantos que algun lider sindical, legal o de facto, le tocó ser aún estudiante y repudiaba al por mayor esas irregularidades como si jamas en el futuro habría de incurrir en esos solapamientos que tanto cuestionaba.
Para fortuna estoy hablando del pasado y puedo jurar que todo ya ha cambiado.
Todo.
El estudiante consciente de seguro está presente y el representante de patrón ya fue llevado al paredón.
Del ausentismo y del acoso magisterial y de las violaciones al E.P.A. en perjuicio del alumnado quiero apostar, que ya ni recuerdos quedan.
La convicción y la congruencia, el espíritu de lucha hacia el exterior como en antaño, supondré que está intacta y no hay abuso de autoridad o de poder que no tenga como respuesta una nutrida marcha y un decir de consignas que retumban.
Todo es como lo deseabamos y me llena de emoción.
No supe ni cuándo echaron del sindicato a los cacicazgos y demás obstáculos que impedían el recobro de un prestigio.
Por eso las grandes ovaciones en el desfile o en los recientes días de negociación.
Qué tanto habrán cambiado las cosas con respecto a esas difíciles y represivas épocas que hasta me pareció ver que marchaban de la mano universitarios y cetemistas.
Se me llenaron los ojos de agua: eso sí que es civilidad, armonía y paz social, carajo.
Solo espero que todo esto tan bonito yo no lo esté soñando y, de pronto, alguien me despierte, a punta de varillazos.