Mi Gusto Es….La Otra Mirada. Por: Lic. Miguel Ángel Avilés
Esta vez que anduve en el puerto vi al Rogelio, como vi también a muchos otros amigos pero él, de nuevo, como una de mis principales fuentes sobre los temas que escribo, me compartió algunas historias inéditas y recordamos algunas más, entre ellas la de aquel padrino de una memorable boda.
El Rogelio, niño de puros dieces en la primaria, abanderado y único hombre en la escolta, hoy agrónomo de profesión, con una destacada tesis sobre un método de riego, la cual fue premiada por los chinos, es el prototipo de ser humano que pudiéramos ser todos para no sufrir tanto o al menos para mostrar esa apariencia durante toda nuestra vida y llegar sanito a los casi sesenta años cumplidos pese a que no ha escatimado a la hora de darle vuelo a la hilacha y eso, al Memo, al Aníbal, al Tuzy, al Chavita, al Netín, al Cayo y a mí, vaya que nos consta.
En estos días que lo vi, le pregunté cuál era la clave para ser así y estar aparentemente sano o sin tantas complicaciones mentales como cualquier mortal promedio de este universo.
Luego de un buen trago y mientras volteaba de reojo hacia ese paisaje de mar bermejo y un sol de todos colores a punto de irse, como buen científico que no se precipita con una conclusión, me participó su hipótesis:
“Me corto las uñas los jueves“.
El Memo y yo se le quedamos viendo y precisó:
“Todos los jueves me corto las uñas” nos dijo como resistiéndose a una respuesta solemne que jamás será lo suyo, o como pensando en algo que desde no sé cuándo hace invariablemente o como ofreciendo un dato constante o permanente que pudiera ser la razón para ser así, auténtico, sin quejumbres personales, básico en el mejor sentido de la palabra y representado, sin querer, a lo que pudiera ser la antítesis del consumismo que tanto daño hace.
Obviamente el Rogelio de nuevo jugaba, recurriendo a esa broma permanente que ha sido su vivir pero bien sabemos que en alguien así hay otros ingredientes y entre ellos está la generosidad, o el menor conflicto posible e incensario y si me apuran, también está el sentido del humor con la ironía como la columna vertebral que mueve al que aprendió a sobreponerse antes que ofender, ya sea de una adversidad o de un duelo o de una prueba que te pone dios o de una obligación temprana que no era tuya o, incluso, del ataque de unos gansos.
No es el único, pero tampoco hay muchos.
Cuando hablo de generosidad, comulgo con la idea general y me refiero a la disposición a dar o compartir con los demás sin esperar nada a cambio. Es una actitud, según leo en lo que me plagié para citarles, que se manifiesta en la entrega desinteresada de recursos, tiempo, esfuerzo o cualquier otra cosa que pueda beneficiar a otros.
Por más que a la hora de echarles los kilos a la carrilla, un don que trae desde el vientre de su entrañable mamá, sepa hacerlo con fervor, el Roger es un hombre bueno y generoso, al menos que no me haya enterado yo que en alguna ocasión se hubiera comportado tan petulante como un Ministerio Público recién nombrado o como joven actriz de televisa o ese funcionario inseguro que presume en lo público saberlo todo pero, en lo privado de su yo, acepta que no sabe absolutamente nada.
La generosidad se considera una virtud social importante y deseable, aunque debo advertir que no siempre se traduce en un desprendimiento material o de dinero y eso aún está mejor aunque eso sí, la esplendidez que mostremos debe girar en lo que sea exclusivamente nuestro y no andar haciendo caravana con valores o patrimonios ajenos.
El Rogelio, por ejemplo, no les librará nunca un cheque de su cuenta bancaria, ni te entregará las llaves de su camioneta último modelo para que agarres carretera felizmente ni te llamará desde su celular para decirte que te quiere mucho. No y esto se debe a dos razones: la primera porque nunca le ha interesado contar con ese tipo de bienes y la segunda, porque no es necesario falta ya que por mas que su asertividad sin filtro sea parte de su juego para hacerte desatinar, en el fondo y en el momento preciso, te demostrará su amistad o su querencia.
Cual era su secreto: cortarse las uñas los jueves y es todo.
Yo prefiero un ser humano así, se las corte o no, a diferencia de ese o aquella que saluda con sonrisa impostada a media población o a toda, mientras se encuentre en un lugar público y los reflectores puedan verla, pero hacer como que la virgen le habla cuando la buscas en la oficina que puso a su disposición o coincides con la susodicha o susodicho en algún lugar privado.
Esta gente es muy dadivosa y parece que no escatimarían en donarte un riñón si en ese momento es necesario ofrecerlo.
Parece.
Hablan en primera persona como si de su bolsillo o su cartera emanaran una fuente inagotable de dinero y nada la pusiera tan feliz que repartirlo entre los más necesitados. Los beneficiados, por su parte, llegan a creer en su auténtica bondad y buscan tocarlos cuando pasan o le detienen la mano para darle un beso.
Peor tantito: no se ha de cortar las uñas los jueves. Ni otro dia.
Hay de rituales a rituales: habia otro amigo, ahora ya retirado que nomas solia pensar los domingos, solo que se levantaba muy tarde no aprovechaba el dia.
Lástima.
Paulo Freire, en su Pedagogía del Oprimido se refiere a “la caridad o ayuda que, en lugar de transformar la realidad subyacente a la opresión, perpetúa la dependencia y la deshumanización de los oprimidos”.
Si. Paulo Freire, ese tan leído por algunos de los que practican eso que él delata.
Yo no sé si aquel padrino del que habló el Rogelio lo habrá leído pero mi amigo del alma jura que la historia es cierta.
Dice que una vez a un señor lo eligieron para que fuera el padrino en una boda. El señor aparentaba ser un tipo sencillo y generoso, amable y dulzón.
A la hora de los gastos para el banquete, se mostró muy espléndido y casi puso todo. Él solo quería ayudar, nada mas.
Nada de andarle dando las gracias pues su entrega era de corazón.
El gran momento llegó y aquello era pura felicidad. Comida y alcohol había de sobra. Allá, en una mesa apartada, estaba el padrino departiendo y echándose unos tragos. Y otros tragos y otros y otros más.
Esto vino a cambiarlo todo.
Cuando se servía la cena y una musiquita apenas se escuchaba, el padrino, como dios le dio a entender, se trepó en una silla y desde ahí les echó en cara:
_”¿saben qué?: eso que se están tragando, ¡¡yo lo puse..!!… y esa música que están oyendo… ¡yo la puse.!. y saben que: aquel pastel que ven ahí..¡yo lo pude!…” y se apuntaba con el dedo así mismo para reforzar su dicho.
De ese modo, lo que había parecido un acto desinteresado e incondicional, se fue derechito al caño luego de la jactancia tan inoportuna y tan imprudente de un borracho.
Así, igual que el padrino, así están en ocasiones muchos, presumiendo y recordándonos a través de sus feligreses lo que están haciendo en favor de unos colonos o los afectados por una tromba o los damnificados por un terremoto o por su simple condición de pobres.
Estos padrinos se ponen la careta de humanitarios pero no dejan de bombardear con sus anuncios de cuánto darán, que darán y que están dando más que el otro y que el otro.
No, esta ayuda no se hace desde el anonimato como tantos que están en el lugar de los hechos quitando escombros.
No, al contrario, están borrachos como el padrino pero de poder y están subidos en la silla como en esa boda por que la ayuda desinteresada no es su genuino propósito.
Su fin no lo han perdido de vista y ese tesoro lo abrirá tres o seis o diez años después.
Para fortuna de todos, primero lo cierto es que ya la ley lo prohibe y desde entonces, con la congruencia como estandarte, faltaba más, ya nadie quiere jugar a eso porque la no impunidad ha sido el pan de todos los días.
Porque el dinero que sueltan, perdón que soltaban hasta antes de barrer las escaleras desde arriba, no es gasto, es inversión, perdón, no era gasto, era inversión, por eso se ponen a gritarlo a los cuatro vientos como lo hizo esa noche el padrino de la boda.
Perdon, se ponían a gritar.
Estos padrinos son-eran iguales, pero con una salvedad: el dinero que le dio por gastar al padrino de la boda, ese si era suyo y tal vez, puede que tal vez, solía cortarse las uñas cada jueves.