Mi Gusto es— O la otra Mirada. Por: Miguel Ángel Avilés
Siempre he creído que la impunidad no es un concepto que se limite al tema delincuencial, sino que también ocurre en los actos o en las omisiones que ejercemos en nuestra vida diaria.
Bueno, quizá no siempre, pero de un largo tiempo a la fecha, sí.
Pudo ser desde que vi como unos preparatorianos reían a costillas de una señora adulta mayor que, al levantarse del asiento del camión para bajarse, su falda se rompió con un clavo y era imposible que no mostrara su ropa interior.
Tal vez fue cuando llovía y unos tipos que viajaban en un carro, dolosamente no bajaron la velocidad frente a una parada de camiones, imposible de no ver, y bañaron a todos los que estaban ahí esperando la llegada de la próxima unidad.
Si bien el concepto genérico refiere a una falta de castigo o que alguien se escapa de una sanción luego de cometer una falta administrativa o un delito, desearía ir más allá, para fijarnos en ese comportamiento en el que la línea divisoria entre norma jurídica y moral cuya diferencias nos explicaban en introducción al estudio del derecho no es tan marcada pero que al final de cuentas, quien las lleva a cabo no tiene consecuencias.
No hablo de quien irresponsablemente no cumple con lo que le toca sino de lo que sigue después de no cumplirla.
No hablo de quien cometió un delito – robó unos chicles en una tienda de conveniencia, o dejó temblando las finanzas de una empresa, o engañó a unos incautos y obtuvo un lucro o formaba parte de una banda de cuello blanco dedicada al robo ilegal de combustibles- sino de conductas más simples que tal vez no las contemple aún ninguna norma hasta ahorita nomás que al llevarse a cabo, dañan a otro, si por lo que hicieron pero sobre todo por su indiferencia o valemadrismo o muy escasa madurez o conciencia o empatía o inteligencia emocional o sentido común al practicarlas.
“En qué cabeza cabe” habría dicho miama, al ver los comportamientos a los que aludo los cuales pueden ser reprochables para una mayoría y los (i) responsables ni se dan por aludidos o peor aún, minimizan lo hecho o se ríen como si lo realizado causara alguna gracia. Pienso en dos mexicanos que literalmente se pasaron por el Arco del Triunfo la Llama Eterna y la apagaron al orinarla.
Ignoro qué sanción amerita allá eso pero la impunidad en ellos no radica entre que les arrestaron por tres días o le dieron cadena perpetua o los regresaran a México para castigarlos viendo los juegos OJO OJO durante una semana o mil años, sino en la incapacidad que ellos tuvieron para no ver que lo que hacían era una estupidez en cualquier parte del mundo, aquí en la tierra y el resto de planetas.
Es como si alguien saliera a cuadro, luego de ser descubierta su incongruencia entre el decir y el hacer entre su vida pública y la privada y pese a que sus tropelías están muy claras, él no se pinta de colores durante un rato y en cambio, vuelve al redondel en donde lo habían hecho pedazos e insiste en que el dinero con el que adquirió la casota tiene un origen lícito.
Lo que hizo como servidor público, recibirá su merecido, no me cabe la menor duda ya que desde 2018 la corrupción se acabó y si acaso por ahí queda alguna, es neocorrupción y a otra cosa mariposa porque ahí vienen los bomberos y me estoy quemando.
Lo impune es que nada le pase por ser tan cínico o porque, si es que esto sucedió, no se percate que su comportamiento, según de colmillo retorcido, es repulsiva frente al común denominador del ciudadano pensante y siga con su altanería victimizada como si realmente fuera una persona intachable.
Arriba dije “en nuestra vida diaria” y puede que me den la razón si pongo unos ejemplos y ustedes me siguen:
El vecino que tira la basura en lugares y horarios incorrectos.
Los que le dañan un mural de algún artista nomás porque sí, no como contribución artística sino porque eso les causa mucha gracia.
Los organizadores de un evento que realiza todo mal y ni se inmutan, pero tampoco nadie le llama la atención para que se ponga las pilas y reacciones cuando menos con un sonrojo.
Los que publican o divulgar en forma masiva noticias falsas de interés público o no, a sabiendas de su falsedad, nomás con el edificante propósito de engañar o confundir, ya sea sobre la muerte de un personaje famoso o sobre una enfermedad inexistente.
Los que llaman a los números de emergencia para jugarle una broma al que conteste y luego reírse como idiota, festejando su creatividad.
El llegar a un evento público o privado o a una reunión con alguien, mucho después de la hora programada.
Los que, imprudentemente, ebrios o no , sin ninguna conciencia atentan o dañan algún emblema de una ciudad en la que viven o acuden como turistas así como pasó en 1993 con la piedra o el hongo de Balandra en Baja California Sur al subirse como changos a esta formación rocosa.
No sé qué tan válido sea el término, pero a quien dicen que la impunidad decente ocurre cuando las acciones injustas o violatorias de los derechos no solo quedan sin correctivo legal, sino que también se perjudica la dignidad y el respeto de las víctimas.
No pensemos ya si es delito o es una infracción administrativa o pronto será judicializada o se le aplicara una multa. No, pues ni tan siquiera puede que esos comportamientos estén normados por el derecho positivo.
Más bien son conductas un tanto invisibles, pero existen y no requieren de procesos de readaptación o de reinserción luego de purgar una condena de prisión sino más bien en la responsabilidad individual, en el reencuentro con la prudencia y la sensatez, en la toma de conciencia y el recobro de una empatía hacia los demás que no pueden aguantar todo sin que a ese otro no le pase nada.
Quiero decir que no podemos seguir con los brazos cruzados ya que por eso “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero todo tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden”, incluyendo el de los factores aunque no altere el producto.
Por tanto, algo hay que implementar.
Mínimo una llamada de atención, un extrañamiento público, un sape, un jalón de oreja, una nalgada, ponerlos a escribir cien páginas de un “no debo de ser así”, amarrarlos a un árbol, ponerles unos audífonos y que toda una tarde escuchen, sin parar, a Natanael Cano; pegarles una encerrona con un video de la gira del reencuentro de Pandora y Flans; una exhibición esposado en una plaza o en una esquina con el jersey del Cruz Azul o una lectura en voz alta de esta columna que, por ahora aquí termina.
Entiendo que son penas severas y trascendentales pero les tenemos que poner un alto o de lo contrario , este país echará al cesto de la basura todo lo alcanzado en los últimos años de paz, unidad, crecimiento económico, armonía, justicia y felicidad.
