Por Ing. Héctor Castro Gallegos
En Sonora, donde el sol revela sin concesiones lo que el alma guarda, hablar de decencia y poder es hablar del destino mismo de nuestra tierra.
Vivimos tiempos en que la palabra decencia ha sido olvidada por quienes hacen del poder una costumbre y no una responsabilidad.
Sin embargo, los jóvenes —esa generación de miradas libres que llaman Generación Z— han comenzado a rescatarla, a darle un nuevo significado, a convertirla en bandera.
Ellos no entienden la decencia como una cortesía superficial, sino como una coherencia interior: que lo que se dice tenga raíz en lo que se hace, y que lo que se promete tenga fruto en lo que se cumple.
Para ellos, la decencia no es una forma de vestir, sino una forma de vivir. Es la transparencia del acto público, la honestidad cotidiana, la empatía que reconoce al otro como igual. Y en esa búsqueda de autenticidad, los jóvenes de Hermosillo están marcando una frontera ética que muchos adultos olvidaron cruzar.
El poder, en cambio, se encuentra en una crisis profunda. Durante demasiado tiempo se ha confundido con privilegio, con jerarquía, con impunidad. Se le ha visto como un pedestal, no como una tarea. Pero el poder sin decencia se pudre, y la decencia sin poder se marchita.
Por eso debemos reconciliarlos: unir la decencia con el poder, para que la política vuelva a servir a la gente y no a sí misma. En Sonora, el poder verdadero no está en los escritorios oficiales, sino en las manos del ciudadano que trabaja, del joven que estudia, de la madre que sostiene a su familia, del maestro que enseña con vocación.
Ellos son la verdadera autoridad moral de este estado.
Y si el poder político no escucha esa voz, no merece gobernar. La Generación Z no busca líderes que simulen bondad, sino personas decentes que se atrevan a cambiar las cosas desde la raíz.
No piden promesas, piden verdad. No piden discursos, piden coherencia. Y tienen razón: la decencia no es un lujo, es una urgencia. Si algo he aprendido al observar a los jóvenes sonorenses es que su inconformidad no nace del capricho, sino del cansancio de ver cómo se repiten los mismos errores, cómo la corrupción se disfraza de eficiencia, cómo la mentira se normaliza como estrategia. Ellos no quieren heredar ese cinismo; quieren construir un poder limpio, transparente, humano.
Y esa es la esperanza que aún nos queda como sociedad. Es tiempo de un nuevo contrato moral en Sonora: que la decencia sea el principio rector de cada decisión pública; que el poder vuelva a ser instrumento de servicio y no de enriquecimiento; que los jóvenes participen, opinen, decidan, fiscalicen.
Porque la democracia sin juventud es un cascarón vacío, y el poder sin ética es un riesgo constante. La política debe recuperar su alma.
Y el alma de la política es la decencia. Desde Hermosillo, desde este suelo que conozco, amo y recorro, levanto esta reflexión no como un reclamo, sino como un compromiso. Creo profundamente que el poder decente no s=?utf-8?Q?=C3=B3lo_e




