Los niños y jóvenes actuales no solo superan la hiperactividad de la Gen Z: están reconfigurando el poder, el pensamiento y el futuro político con una velocidad que el sistema no alcanza a procesar.
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
La generación que hoy crece en Sonora no es una versión acelerada de la Gen Z: es un nuevo modelo cognitivo, una estructura biopolítica inédita que el sistema político mexicano no ha logrado descifrar.
En un entorno hiperestimulante, como lo explica Diego Redolar Ripoll, la actividad dopaminérgica convierte al cerebro infantil y juvenil en una máquina de procesamiento rápido: atención que brinca entre estímulos, pensamiento simultáneo, búsqueda constante de novedad y un radar crítico que detecta inconsistencias con precisión quirúrgica.
Esta generación no se domestica con discursos, no se conforma con promesas sin diseño y no respeta jerarquías que no demuestren competencia.
Mientras la política sonorense opera en modo administrativo —lento, rígido, vertical y saturado de trámites—, los jóvenes piensan en modo turbo: cuestionan en segundos lo que el sistema tarda meses en explicar. La brecha no es cultural, ni siquiera ideológica: es biológica.
Son cerebros diseñados para la velocidad enfrentándose a instituciones diseñadas para la lentitud. Y esa contradicción, que nadie en el poder quiere aceptar, es la bomba política del futuro inmediato.
Este incremento brutal en plasticidad sináptica —alimentado por ambientes cambiantes, decisiones rápidas y una lluvia continua de estímulos digitales— ha producido una generación con una sensibilidad política que ningún partido había enfrentado.
No los manipula el discurso emotivo, no los domina la autoridad disfrazada de experiencia y no se rinden ante la solemnidad del poder.
Ellos detectan de inmediato cuando un político presume modernidad sin infraestructura, cuando un proyecto habla de futuro sin datos o cuando un gobierno se declara transformador mientras administra lo mismo de siempre.
Para la clase política tradicional, esta capacidad de detección es un problema; para los jóvenes, es apenas el punto de partida. Su hiperactividad no es un trastorno: es una ventaja evolutiva que les permite identificar el engaño, derrumbar narrativas falsas y desnudar la falta de estrategia del Estado.
En un Sonora donde todavía se pretende gobernar con discursos heredados, esta generación expone cada simulación con la misma rapidez con la que consume contenido digital.
Y esa lucidez incómoda es, en realidad, el nuevo centro del poder.
La maduración acelerada del circuito córtex prefrontal–sistema límbico en condiciones de estrés, sobreinformación y recompensas instantáneas ha producido jóvenes más impulsivos, sí, pero también más aptos para sobrevivir en un contexto donde todo cambia sin aviso. Es=?utf-8?Q?ta_mezcla_=E2=




