La sociedad organizada, el empresariado incómodo y un Estado que se niega a modernizarse chocan en Sonora; los jóvenes exigen un rediseño que no perdone a nadie.
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
Los jóvenes sonorenses ya no contemplan la política: la diseccionan con la precisión de un bisturí y la frialdad de una inteligencia estratégica que el sistema teme.
Para ellos, México funciona como un aparato del siglo pasado atrapado en un país que ya vive en el futuro. Su diagnóstico es brutal: el estancamiento nacional no proviene de la escasez de recursos, sino de la incapacidad histórica de articular el triángulo fundamental sobre el que se construyen las naciones modernas: sociedad civil cohesionada, iniciativa privada transformadora y gobierno capaz de coordinar.
En México, ese triángulo no está roto: nunca se ha construido.
La sociedad camina por intuición, el empresariado avanza con frenos internos, y el gobierno opera como una criatura burocrática prehistórica que teme a cualquier tipo de sincronía.
Los jóvenes interpretan esta desarticulación no como accidente, sino como estrategia de la élite política para evitar la auditoría social. La coordinación obliga a rendir cuentas, expone ineficiencias y desnuda la mediocridad estructural del Estado. Por eso exigen conciliación, pero no una conciliación tibia o ceremonial: una conciliación radical, una reorganización del poder que no proteja privilegios ni tolere simulaciones. Lo que piden no es diálogo: es rediseño.
La juventud, sin embargo, no idealiza a la sociedad civil. La reconoce como fuerza moral, pero también la confronta como fuerza desordenada. En Sonora sobran causas, pero faltan estructuras; abundan héroes locales, pero escasean plataformas capaces de convertir indignación en gobernanza.
Para ellos, la sociedad organizada tiene dos caminos: volverse coproductora del futuro o seguir siendo espectadora del desastre. Exigen una ciudadanía que no marche solo cuando hay crisis, sino que dispute decisiones, formule política pública y actúe como contrapeso real frente a empresarios complacientes y gobiernos que sobreviven de la opacidad. La consigna juvenil es clara: la sociedad debe dejar de pedir permiso para participar. Debe exigir transparencia total, coordinarse sin sectarismos y convertir datos, mapas, evidencia y estrategia en armas públicas.
Sin este vértice fortalecido, el triángulo jamás equilibrará el desarrollo: el PIB seguirá respirando por inercia, no por productividad. El empresariado tampoco queda intacto en esta visión. Para la nueva generación, el sector privado sonorense debe superar su mentalidad de hacienda y asumir una mentalidad de país.
No puede seguir reclamando modernidad a un gobierno arcaico mientras se resiste a innovar, digitalizar o arriesgar para escalar la economía regional. Los jóvenes quieren empresarios=?utf-8?Q?_que_no_se_arrodillen_ante




