Entre la desconfianza institucional y la fe en el poder ciudadano, la juventud sonorense redefine el mandato popular como un mecanismo de control ético en una era donde la transparencia se exige, no se negocia.
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
La juventud sonorense ya no cree en la política como acto de fe ni en el poder como herencia intocable. Ha despertado con una conciencia incómoda para el sistema: crítica, informada y profundamente desconfiada.
Para esta generación, la revocación de mandato no es una figura jurídica decorativa ni una concesión graciosa del poder; es un instrumento de defensa ciudadana frente a la incompetencia, la simulación y el desgaste moral de quienes gobiernan.
En su mirada, todo cargo público debe estar bajo revisión permanente, porque gobernar sin rendir cuentas es una forma sofisticada de autoritarismo.
En aulas universitarias, espacios digitales y conversaciones cotidianas, los jóvenes de Sonora coinciden en algo esencial: la democracia no puede reducirse al voto sexenal.
Exigen mecanismos reales de corrección del poder y ven en la revocación una advertencia clara para cualquier gobernante: el mandato no es propiedad privada, es un préstamo condicionado al desempeño ético y político. La consigna es simple y brutal: quien no cumpla, se va.
Esta generación no espera línea partidista ni salvadores carismáticos. Construye su propio criterio político mezclando tecnología, activismo territorial, memoria histórica y una sensibilidad social que incomoda a las élites tradicionales.
Desde la frontera hasta la sierra, Sonora se convierte en un laboratorio político donde la revocación no busca desestabilizar, sino disciplinar al poder. No como venganza, sino como pedagogía cívica. No para castigar personas, sino para reformar conductas.
Los jóvenes, sin embargo, no son ingenuos. Saben que la revocación puede ser manipulada, vaciada de contenido o usada como espectáculo populista.
Por eso plantean algo más radical: una revocación permanente desde la conciencia social. Un modelo donde el error público se discute en tiempo real, donde la ciudadanía vigila, cuestiona y presiona sin pedir permiso.
Instituciones sin ciudadanía activa, dicen, son cascarones vacíos. Sonora anticipa así un nuevo ciclo político nacional. Aquí emerge una generación que no romantiza el poder, que no tolera la mediocridad institucional y que entiende la revocación de mandato como una renovación moral del pacto social. No es una amenaza a la democracia; es su evolución.
Es la voz de jóvenes que no se dejan gobernar a ciegas, que exigen líderes con resultados, conciencia y límites claros. Una generación que no teme revocar, porque también está dispuesta a construir un nuevo mandato: el del ciudadano vigilante, informado y profundamente político.




