Una vez, discutiendo con mi padre, me desahogaba encarobonado por la forma “casual” en que todo en la vida es tan complicado, y mi padre, bien adoctrinado, me respondía:
—Pues así es la vida y no tiene remedio.
¡Noooo! —gritaba yo—. ¡Hay infinidad de formas de hacer las cosas! ¿Por qué nada más tiene que ser la forma difícil?
Aún hoy no dejo de pensar que siempre, en todo lugar, hay caminos no tan difíciles ni complicados para lograr lo que sea que estemos buscando. Y efectivamente, se lo comprobé… No recuerdo qué fue exactamente, pero sí recuerdo que encontré un atajo que mi padre terminantemente me afirmaba que no iba a poder tomar. Por eso se me grabó… tatuó, el momento en que le restregué en la cara el:
—¡Te lo dije! En ese tiempo tenía más ego que ahora.
El hecho es que es falso que la vida tenga que ser tan difícil, pero (aquí empieza lo conspiranoíco) el problema es el sistema de vida en el que nos tienen atrapados viviendo. Vaya, eso que llamaron sociedad. Es más: en vez de sociedad humana, le deberíamos llamar la compliciedad humana.
Todo es ritual. Para todo te piden el acta de nacimiento en el mismo lugar en múltiples ocasiones, y cuando vas a sacarla al cajero automático proveedor de actas de nacimiento, pagas en el mencionado cajero y… ¡zas! Te entrega tu acta con otros padres, o te cambia un apellido, o el nombre. Vas a quejarte para que te corrijan lo que ellos echaron a perder, y te piden chorrocientos documentos… y ni siquiera basta un acta vieja que ellos mismos te habían entregado tiempo atrás.
Bueno, eso pasa aquí en Sonora, mi estado.
Pero también sucede la compliciedad divina. Que según entendí, todas las personas que vivieron y murieron antes del surgimiento del catolicismo deben estar ardiendo en el infierno, porque ninguna se vacunó… Perdón, se bautizó.
¡Jajajaja! Estoy traumado con las ingadas vacunas.
Así como otros rituales concernientes a esa y tantas religiones. Es decir, para ir con el Creador hay que atravesar un ritual burocrático. ¡Hazme el refabrón, cabor!
Luego, obvio, no podía faltar la mamá de todas las mamadas: la economía… Hijos de su retintada progenitora, tengo que reconocerles que están bien inventadas sus “compliciedades“. Hasta tiene leyes la economía, como si fuera una fuerza de la naturaleza: sí, como las leyes naturales y de la física, como esa que dice “A toda acción hay una reacción”. Pues en la economía está la de la oferta y la demanda.
Pero hay un detalle pequeñito: la ley natural funciona existan o no seres humanos, mientras que las leyes de la economía dejan de existir si no hay seres humanos. Se requiere que haya personas —y que acepten jugar el juego de la economía— para que esta pueda existir.
Casualmente, las leyes económicas le sirven mucho a quienes más tienen, y poco o nada a quienes menos tienen… Definitivamente, no fue un pobre el que las inventó.
Por cierto, se me olvidaba: la economía fue un invento, y las leyes naturales existen por sí mismas.
Por otro lado, podemos hablar de la ciencia y los “avances” científicos, que durante un tiempo sí facilitaron la vida de las personas. Pero a partir de la década de los 70, entre más avanza la ciencia, más se nos complica la vida; entre más avanza la tecnología, más enferma la gente. ¿Qué no se supone que debería ser al revés?
Antes solo éramos esclavos encadenados a los sueldos y las deudas (hipotecas, tarjetas de crédito, consumismo, etc.). Ahora, además de las anteriores, somos esclavos de pantallas con reality shows, videojuegos y redes sociales.
Cuando yo era un niño, era rarísimo escuchar la palabra diabetes; tal vez una vez al año. El cáncer, igual. Ahora las escucho a diario, varias veces. ¿Y la tecnología? ¿Qué no se suponía que nos iba a ayudar con mejor medicina?
¡Ah! Pero la medicina y la economía se hicieron amigas, y pues esa ley de la oferta y la demanda mandó al carajo al juramento hipocrático. Que, por cierto, esa palabrita se parece mucho a la palabra hipocresía. Casualmente, claro.
A lo que voy con estas reflexiones es que ahora, que se ha puesto de moda la espiritualidad y el tan llevado y traído salto de la humanidad a la quinta dimensión —que igual es una invención, como la economía—, empiezan a burocratizarlo todo.
Empiezan a salir con que debes averiguar si eres de los escogidos, de los 144 mil; si ya conectaste con la kundalini (ni sé si así se escribe), o si ya sacaste tu “humano luz” (ni he ido a pagar el recibo). Luego que ames incondicionalmente, que alinees chakras y te deshagas de tu ego; que perdones las chingas que te pusieron en el pasado —y además en vidas pasadas—, o que te arrepientas y arregles las chingas que tú le pusiste a otros en el pasado y en vidas pasadas…
¡No puede uno ni con las broncas que trae uno en el presente!
De igual manera, una vez más, lo están complicando todo. ¿Qué significa esto? Pues que los mismos que complicaron a la sociedad humana, convirtiéndola en la compliciedad humana, son los mismos que quieren convertir a la espiritualidad en complitualidad.
La “nueva” corriente espiritual está intervenida y llena de falsos guías y falsos profetas, engañando a la ya acostumbrada pobre gente con listas de requisitos, pruebas de admisión, cursos de certificación y demás injusticias. Caen fácilmente en la trampa, en la desviación al abismo.
Nada más falta que “democraticen la espiritualidad” y celebremos elecciones para escoger al próximo mesías… y acusen a Jesús de fraude electoral.
¿Quieres salir de este laberinto de laberintos de trampas? Juega el juego de la vida al revés.
Si dicen: “¡Haz esto!”… Pues haz lo opuesto.
Si te dicen que para lograr tal o cual cosa, es un procedimiento muy complicado, entonces, no busques esa tal cosa.
Apliquémosles a ellos su ley de la oferta y la demanda: a menor demanda, baja el precio. ¿Qué no?
El camino de la espiritualidad es lo que menos debe ser complejo, ya que lo complejo siempre se maneja en lo oscuro, en lo denso. Entonces, por lógica, la luz va por lo sutil y claro: Debe ser simple y directo, sin acertijos ni trampas con listas de requisitos.
En la verdadera espiritualidad no te seleccionan ni te escogen. Tú eres quien te eliges a ti mismo, porque tú decides, tú te salvas, tú te responsabilizas de ti. No ocupas que nadie te salve o te elija, porque ya eres hijo de la fuente creadora. Por eso, en la sencillez está la claridad. 1CP




