El regreso de Trump no anuncia una restauración del orden, sino la normalización del caos. Desde Sonora, una generación entiende que el viejo mundo ya murió y que la política, si no se reinventa, será irrelevante.
La juventud sonorense no interpreta el posible regreso de Donald Trump como un accidente electoral ni como una anécdota estadounidense. Lo lee como una señal histórica: el sistema internacional entró en una fase de desgaste terminal.
Robert Kaplan, en Wasteland, advierte que vivimos una nueva República de Weimar, una época de mutaciones brutales donde la autoridad se erosiona y las instituciones se vacían.
Pero para los jóvenes, la amenaza no es el retorno del autoritarismo clásico, sino algo peor: el caos permanente. Un mundo donde ya no gobiernan reglas, sino impulsos; no decisiones de Estado, sino emociones colectivas manipuladas en tiempo real.
En Sonora, frontera y laboratorio del futuro, ese desorden no es teórico. Se expresa en violencia normalizada, economías frágiles, migraciones sin control y un Estado que administra crisis en lugar de prevenirlas.
El “viejo orden liberal” prometió estabilidad, pero dejó precariedad; prometió democracia, pero entregó simulación; prometió progreso, pero produjo desigualdad.
El regreso de Trump no es el problema. El problema es que el mundo se está acostumbrando a vivir sin orden. Y cuando eso ocurre, la historia deja de pedir permiso.


