Los jóvenes sonorenses ya no creen en el poder de utilería; sólo respetan al que resiste cuando el sistema cruje.
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
En Sonora, la juventud dejó de medir la política por la coreografía de campaña y empezó a medirla por la respuesta al desastre.
Ya no importan los discursos pulidos ni la foto oportuna: importa quién aparece cuando todo falla, quién decide cuando el costo es alto y quién dice la verdad cuando el silencio conviene. En tiempos de tormenta, la máscara se cae.
Y hoy, más que nunca, los jóvenes saben reconocer el cartón mojado del liderazgo real. Esta generación creció entre crisis encadenadas: violencia normalizada, desigualdad persistente, instituciones fatigadas y una política que prometía estabilidad mientras administraba la simulación. Vieron a demasiados funcionarios esconderse cuando la realidad exigía presencia.
Aprendieron, a fuerza de golpes, que el poder que no enfrenta el caos es propaganda. Por eso su criterio es implacable: liderazgo es carácter bajo presión.
Lo demás es marketing.
La política sonorense atraviesa un examen histórico. La tormenta —social, económica, de seguridad— no sólo revela errores; desnuda prioridades.
¿Se gobierna para proteger a la gente o para proteger carreras?
¿Se asumen costos o se patean decisiones?
Los jóvenes no premian la perfección; premian la valentía.
No exigen infalibilidad; exigen responsabilidad.
Y esa vara incomoda a una clase política acostumbrada a controlar la narrativa antes que la realidad.
Aquí emerge un choque generacional.
Mientras el viejo poder confía en encuestas y asesores, la juventud conecta los puntos en tiempo real.
Analiza, contrasta, expone. La retórica ya no tapa la ausencia. En un Sonora tensionado por la corrupción estructural y el abandono comunitario, la distancia entre quien simula gobernar y quien gobierna se vuelve obscena. El poder que huye de la crisis es maquillaje; el que se queda, aunque se equivoque, es liderazgo.
Este cambio no es amenaza: es oportunidad. La exigencia juvenil empuja hacia una política más frontal, transparente y anticipatoria.
Menos pactos de silencio, más rendición de cuentas. Menos discursos tardíos, más decisiones a tiempo.
Liderazgos que conozcan el territorio, escuchen sin soberbia y reconozcan errores sin rodeos.
Eso es futurismo político: gobernar con integridad en la incertidumbre. La tormenta no se adorna; se enfrenta.
Y su verdad es contundente: quien no resiste, nunca fue líder.
Quien se mantiene firme, aun bajo fuego, gana legitimidad. Si Sonora quiere futuro, debe escuchar a su juventud.
Porque el poder que nace de la tormenta dura más que el construido con propaganda. Y porque, al final, sólo ese merece ser recordado.




