El poder que se nombra a sí mismo y la ruptura que la política aún no quiere entender
POR ING. HÉCTOR CASTRO GALLEGOS
Para los jóvenes sonorenses —y para millones fuera de México— Donald Trump no es solo un presidente polémico: es la evidencia brutal de que el viejo orden político ya murió y muchos se niegan a enterrarlo. Trump no gobierna con sutileza ni con consensos; gobierna con símbolos, con provocación y con una narrativa personal que invade todo.
Hace décadas, la idea de bautizar cada condado de Estados Unidos con el nombre de un presidente sonaba ridícula; hoy,
Trump pone su apellido en barcos de guerra, instituciones culturales, centros estratégicos y eventos globales sin pedir permiso.
No es ego aislado: es una forma de poder que entiende algo que la política tradicional no ha querido aceptar: quien controla el relato, controla la realidad.
Desde Sonora, una región acostumbrada a gobiernos silenciosos frente a problemas ensordecedores, los jóvenes leen este fenómeno con crudeza.
Trump no disimula el poder: lo exhibe. No administra instituciones: las coloniza. No se esconde tras tecnócratas: se coloca en el centro del escenario.
Frente a eso, la política mexicana —y la sonorense en particular— luce envejecida, temerosa, atrapada en un lenguaje que ya no moviliza a nadie. Mientras Trump se vuelve maestro de ceremonias de la cultura, la guerra y el deporte global, aquí los liderazgos siguen creyendo que gobernar es emitir comunicados y tomarse fotos cuidadosamente editadas.
Que Trump anuncie barcos “invencibles” con su nombre o aspire a rebautizar estadios nacionales no es una anécdota extravagante: es una declaración ideológica. El poder ya no pide legitimidad; la impone.
Los jóvenes entienden que la política dejó de ser moral y se volvió estratégica, simbólica, confrontacional.
Por eso no se escandalizan: analizan. Ven en Trump no un modelo a copiar, sino una señal de advertencia.
El mundo premia a quienes se atreven a romper el guion, mientras castiga a quienes siguen repitiendo fórmulas muertas.
El mensaje final es incómodo pero inevitable: Trump no es el problema central, es el síntoma. El verdadero problema es una clase política —en México y en el mundo— que sigue creyendo que el poder se hereda, se administra o se justifica. No. El poder hoy se disputa, se nombra y se ejerce sin pudor.
Los jóvenes sonorenses lo saben y lo dicen en silencio: el futuro no será para los prudentes, ni para los correctos, ni para los neutrales. Será para quienes entiendan que la política que no se transforma se vuelve invisible, y la invisible no gobierna: desaparece.




