La juventud sonorense frente a un Congreso que dejó de escuchar
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
En Sonora, la juventud ya no observa al Congreso del Estado con ingenuidad democrática, sino con una lucidez incómoda.
Creció viendo cómo la política se vaciaba de contenido y cómo la representación popular se transformaba en una rutina de silencios administrados. Para miles de jóvenes, el Poder Legislativo local dejó de ser un espacio de deliberación pública y se convirtió en una sala cerrada donde se obedecen líneas partidistas, se simulan consensos y se posterga sistemáticamente la escucha ciudadana.
Hoy, el Congreso no dialoga con la sociedad: la filtra, la diluye o la ignora. El problema no es de formas, es de fondo. Los diputados locales han abandonado su función esencial de contrapeso y vigilancia para operar como extensiones dóciles del poder político que los impulsa.
La curul ya no representa al territorio, sino al cálculo. Mientras los municipios enfrentan crisis financieras, servicios colapsados y demandas sociales crecientes, el Legislativo estatal guarda un silencio que no es neutral: es cómplice. Ese silencio se traduce en presupuestos que no llegan, en leyes que no protegen y en una supervisión que nunca ocurre.
Para la juventud sonorense, esto no es una falla técnica del sistema, sino una degradación deliberada de la democracia.
Los jóvenes identifican con claridad que el Congreso ha optado por la comodidad institucional antes que por el conflicto legítimo que implica representar.
Prefiere la foto al debate, la disciplina partidista al interés público, la inercia al riesgo de incomodar. Así, escuchar a la ciudadanía dejó de ser una obligación constitucional para convertirse en un gesto decorativo.
Y cuando escuchar se vuelve opcional, la representación se convierte en simulación. Sin embargo, algo está cambiando.
Desde universidades, colectivos, espacios digitales y organizaciones civiles, emerge una generación que no pide permiso para cuestionar. Investiga, contrasta, denuncia y entiende que la política local no puede seguir funcionando como un club cerrado.
Esta juventud no romantiza la protesta, pero tampoco acepta la resignación. Sabe que cuando el Congreso deja de escuchar, la democracia se erosiona y el Estado pierde presencia real en los territorios. Sonora enfrenta hoy una disyuntiva histórica: seguir tolerando un Legislativo ensimismado o reconstruir la legitimidad desde abajo.
La advertencia juvenil es clara y no admite ambigüedades: si los diputados no recuperan la escucha, la calle, las redes y los espacios ciudadanos ocuparán el vacío.
Porque cuando una generación descubre que el silencio legislativo es una forma de violencia política, también comprende que romperlo es un deber cívico. Y ese proceso, ya comenzó.




