La característica dominante es la frivolidad, la banalidad como oferta de Gobierno, todo condicionado al uso fraudulento de la palabra “juventud”, algo que se desmorona ante la realidad, tomando como ejemplo al dirigente de Movimiento Ciudadano, convertido en un personaje ancestral de la política mexicana, dueño de un historial nutrido de corrupción y componendas, que alcanza una edad de 73 años.
En Sonora, sin imaginación y propuestas, los candidatos de esta agrupación se promocionan haciendo del zapato un distintivo de campaña en la que cambian la cabeza por los pies, privilegiando las apariencias antes que las ideas, presentando como oferta a longevos prospectos argumentando gastadas proclamas y protagonizando forzados bailes, todo esto pertenece a lo más decrépito de la política, la simulación.
Este partido se encuentra rebosante de arribistas, muchos de ellos sin mayor mérito que ser los acomodaticios del momento, quienes intentan desesperadamente reinventarse, creyendo que el electorado no tiene memoria para´la hipocresía, intentando sorprender a algunos cuando todos los reconocen como los trepadores que colonizan uno más de los partidos rémoras que vive de los arreglos entre sus dirigencias. Para muestra el candidato presidencial de Movimiento Ciudadano, quien más allá de la oferta que le hicieron y de quien se la hizo, responde de forma infantil sin medir el ridículo, otorgando la prueba incuestionable que se encuentra entregado al oficialismo. Lo que hoy padecemos en nuestro País tiene similitudes con las primeras décadas del siglo XX y la efímera República de Weimar (1918-1933).
La derrota de Alemania en la guerra de 1914-1918 provocó un desastre que llevó a la ruina social, económica y moral de aquel país, situación aprovechada por un político vociferante que usaba una retórica polarizante. El veneno se introdujo en el sistema vital de Alemania, por aquellos torrentes sociales corrían vertiginosamente las acusaciones, culpas y venganzas, todo usado para medrar políticamente, nada nuevo. Los ciudadanos, víctimas de una desmesurada inflación atestiguaron cómo se colapsaron sus referentes políticos y sociales, la confusión fue general, esto atrajo a oportunistas que ayudaron a entronizar a quien se convertiría en una pesadilla mundial.
Weimar había nacido como una república parlamentaria que trató de aliviar las consecuencias de aquel desastre. El embate de la demagogia nacionalista, el recurso del pasado grandioso y la demonización de los supuestos traidores, provocaron una lacerante división que instaló la desconfianza social.
Como en toda tragedia, siempre hay alguien que contribuye a la desolación y comprueba que la mezquindad en política es el arma de los pusilánimes, Franz Von Papen, entonces dirigente, se confrontó con quienes querían hacer un frente para darle solución a los problemas, conservar aquella precaria democracia y evitar el arribo del nazismo.
A consecuencia de su incompetencia y obcecación fue destituido, sin embargo, con la rabia ponzoñosa de un resentido conspiró junto a Hitler para que Hindenburg designara al líder nazi como canciller, lo consiguió. Lo que vino después sería la suma de fatalidades, una tragedia que le costó a la humanidad millones de vidas.
Hoy vivimos momentos de definición, donde se distinguen los verdaderos compromisos nacionales, unos optan por el ridículo y el contubernio, en Sonora a muchos miembros de esta corriente política los marca la deslealtad y la ausencia de convicciones.
Desafortunadamente en tiempos de oscuridad política emergen estos arribistas, tutelados por personajes de falsa nobleza, el germen de la ingratitud los mueve. Hay que diferenciar entre los que privilegian la democracia y sus instituciones de aquellos que usan los fulgores de unos tenis para pisotear indiferentes una democracia a la que traicionan.