Es desconcertante que un régimen que presume una filosofía humanista abandone a la niñez, el sector más vulnerable de la población y de urgente atención. Desde el inicio de la administración en aquellos días de arrogancia y victoria, el líder decidió que las represalias fueran sin contemplaciones, esta empezaba por la desaparición de las estancias infantiles, establecimientos que daban un servicio invaluable a las madres trabajadoras y a sus hijos.
Comenzaba un ejercicio del poder marcado por la revancha y el despotismo, sobrevino la crítica primero y la consigna después como ha sido la tónica en esta administración, acusaron a aquella conquista laboral de corrupción y luego de despilfarro, nada de eso se comprobó, el objetivo era la destrucción por escarmiento, sin importar las consecuencias.
Las expresiones marcan a los funcionarios y oscurecen el recuerdo que dejan, el entonces secretario de Hacienda hizo una declaración intentando congraciarse con aquella medida a todas luces disparatada: “Que los cuiden sus abuelitos” exclamó, la manifestación perfilaría para siempre al funcionario, quien tan sólo unos meses después abandonó la administración regida por la animadversión al progreso y la concordia.
Él se fue, salvando en la medida de lo posible algo del prestigio que le quedaba, las estancias desaparecieron para desgracia de todos y su declaración quedó como muestra de una administración vengativa e irresponsable.
Al tiempo apareció el ensañamiento contra las víctimas de cáncer y especialmente con los niños, comenzaron a emerger testimonios angustiosos, los reclamos perturbadores de los padres que vivían el infortunio de tener un niño enfermo de cáncer. Las manifestaciones sociales fueron subiendo de tono hasta llegar a la toma de la terminal aeroportuaria de la Ciudad de México.
La respuesta fue de un desprecio brutal, una antipatía patológica contra los indefensos, los acusaron de golpistas y de medrar con la falsedad de la escasez de medicamentos con el único interés de perjudicar al Presidente y a su administración.
La realidad quedó al descubierto, la aberrante incompetencia de la Secretaría de Salud, así como el contubernio de una prensa obsequiosa que hizo suyo el relato. La enajenación hecha Gobierno y su dirigente desconectado de la realidad.
Las cifras evidenciaron la debacle en la vacunación infantil, algo en lo que nuestro País tenía décadas trabajando de forma coordinada logrando reconocimiento mundial. La caída en los niveles de vacunación nos llevó a un atraso inconcebible en estos tiempos.
La salud pública se transformó en una feria de disparates y se convirtió en un argumento que el Presidente usó a su antojo para criticar el pasado, sin advertir lo importante del presente. Hoy a finales del sexenio el sector se encuentra devastado.
Luego vino la cancelación de las escuelas de tiempo completo, un proyecto instaurado con mucho esfuerzo, de éxito probado complementando lo necesario para una buena educación. En esta nefasta decisión se mezclaron perversamente el revanchismo y una senil ideología, los dos ejes de este Gobierno.
Destruyeron la única posibilidad de mejora en una niñez necesitada de buena educación y alimentación para después imponer la ficción de la Nueva Escuela Mexicana, el triunfo de los delirios ideológicos, la doctrina por encima de todo, la base del segundo piso de la Cuarta Transformación.
En este recuento de catástrofes sobresale una que refleja lo lamentable de este régimen y descubre que la infancia se convirtió en el centro de sus venganzas.
Más de cuatro mil niños han muerto asesinados por la violencia que estimula este Gobierno ajeno al humanismo, causante de tantas tragedias familiares.
El luto nacional es la continuidad.