Medio en broma, medio en serio, el gobernador revela que de las pocas veces que cree en dios, es cuando ve llover.
Lo hace a media mañana del verano alamense, con el sol cayendo a plomo sobre la lona que intenta sin mucho éxito atenuar los casi cuarenta grados bajo su sombra donde un pequeño pero representativo grupo de la comunidad se ha congregado para atestiguar el fin de una época de penurias, molestias y corajes.
La noche anterior cayó una ligera llovizna que apenas hizo brillar los empedrados de la colonial ciudad y refrescó la madrugada; esa mañana se observan girones de nubes de un gris claro que besan las cimas de la sierra contigua por el sur poniente y otras más oscuras que esporádicamente se cruzan entre el sol y la gente, que bajo la carpa sigue abanicándose con lo que puede.
En esta comunidad de unos 25 mil habitantes (10 mil en la cabecera municipal), la flecha de la profesión de fe religiosa de Alfonso Durazo da en el blanco.
En Álamos el 90 por ciento de la población cree en dios (83 por ciento son católicos y 7 por ciento evangélico-protestantes), pero supongo que, como el gobernador, cree aún más cuando el agua cae del cielo.
Y es que el estiaje ha sido de una cruel severidad en los últimos meses, algo letal para una comunidad cuyas principales actividades económicas son la ganadería, la minería y el turismo.
Se sabe además -para seguir con las alusiones cristianas- que dios da el agua, pero no la entuba.
II
Álamos está, pues, jodido por ambos lados. No ha llovido, pero además, su red de agua potable está en buena parte, vacía; en las zonas más elevadas de la cabecera municipal, el Ayuntamiento tiene un sistema peculiar de abasto a través de pipas que descargan en tinacos y otros recipientes los metros cúbicos que después serán cobrados en los recibos del organismo operador de agua.
Desde hace al menos cuarenta años se ha tratado de buscar soluciones de abasto. La más ‘reciente’ se pierde en esas décadas que el ex alcalde Baldomero Corral (1991-94) rememora porque el primer acueducto desde un pozo profundo conocido como “El Sabinito” y que aporta 30 litros por segundo fue inaugurado por Luis Donaldo Colosio en 1992. Esta, dice, es la segunda vez que Alfonso Durazo participa de una obra de este tipo, pues entonces era el secretario particular de quien sería dos años después malogrado candidato presidencial.
A Durazo le toca ahora regresar como gobernador del estado para inaugurar el acueducto Macoyahui-Álamos, una obra incluida en el Plan Hídrico que busca atacar desde varios frentes los estragos del estiaje en diversas regiones del estado.
Álamos es una de ellas. Aquí estuvo hace cuatro años el presidente Andrés Manuel López Obrador para inaugurar la presa Pilares, una obra que controla avenidas en el Río Mayo y que dejó inconclusa Felipe Calderón, olvidó Enrique Peña Nieto y a la que el gobierno obradorista le invirtió 800 millones de pesos más para concluirla.
Durazo recuerda que en 2020, cuando el presidente vino a inaugurar esa presa se mostró sorprendido por la belleza de los paisajes sierreños. Cuenta que el alcalde Víctor Balderrama le dijo al presidente que sí, que muy bonito y todo, pero era una contradicción que teniendo el agua tan cerca (40 kilómetros) la cabecera municipal no tuviera abasto suficiente
Allí mismo el presidente se comprometió a resolver ese problema y cuatro años después el gobernador lo hizo posible. No fue fácil. Tuvo que emitir antes un decreto para redireccionar recursos de diversas dependencias para orientarlos hacia el Plan Hídrico y de allí salieron los 97 millones de pesos que se invirtieron en esta obra que trae a la cabecera municipal 65 litros por segundo a través de 40 kilómetros de tubería de PVC de 10 y 12 pulgadas, cuenta con equipamiento de pozo, cinco cárcamos de rebombeo y caja de llegada del conducto.
Es en esa caja, situada al pie del templete donde la gente no deja de abanicarse con lo que puede mientras el gobernador alienta la esperanza bajo las nubes que comienzan a encapotar levemente el cielo de Álamos, donde se tomó la foto que ilustra esta columna.
Allí se abrió la válvula para dejar salir un grueso chorro cristalino que moja el sediento suelo durante cuatro segundos y desaparece absorbido inmediatamente por la tierra. El gobernador cierra la válvula y dice que ya es suficiente. Abanica los brazos con las palmas abiertas hacia el frente, como enviando el mensaje de que la foto es necesaria, pero el agua lo es mucho más y no debe desperdiciarse de esa manera.
Pero algunos fotógrafos y camarógrafos no alcanzaron a llegar a tiempo para captar la imagen y le piden repetirla. El gobernador accede con una sonrisa no muy complaciente y abre de nuevo la válvula y vuelve a salir el chorro y vuelve a mojar la tierra que hace desaparecer el agua en los mismos cinco segundos que duró la llave abierta.
III
Es muy notable cuando el gobernador anda ‘de buen pelo’. En esta ocasión no es para menos.
Hay un antes y un después para Álamos, una ciudad que es historia pura desde su fundación en 1685 y que llegó a ser la capital del Estado de Occidente en 1827. Era, por aquellos años una ciudad de riqueza impresionante gracias a la explotación minera, señaladamente de la plata.
Por eso resulta increíble, dice el gobernador, que en pleno siglo XXI la ciudad no tenga un abasto decente de agua. Y eso le da pie para la remembranza de su natal Bavispe, que es lo que siempre hace cuando anda así, ‘de buen pelo’.
Se explaya en las anécdotas y recrea aquellos años de su infancia en que tenían que bajar cincuenta metros desde el patio de la casa de sus padres hasta el Río Bavispe para subir cargando cubetas de agua porque no había otra manera de acceder a ella para el uso cotidiano. Fue hasta la década de los 70 cuando en Bavispe hubo agua en las tuberías de las casas.
Y en las remembranzas se le va el tiempo mientras la gente bajo la carpa sigue abanicándose con lo que tiene a la mano, porque el gobernador también le dedica un espacio a la política. Reconoce el trabajo del alcalde Víctor Balderrama, que se postuló para diputado local por la alianza PRI-PAN-PRD y perdió, como también perdió el candidato de esa alianza a la alcaldía bajo el tercer tsunami de Morena en México y en Sonora.
Soy parte de un movimiento y me satisfacen los triunfos electorales, dice, palabras más, palabras menos “pero antes de ser morenista soy un demócrata y tengo claro que hay que gobernar para todos”, acota.
Y eso le da pie para enviar un mensaje hasta Hermosillo, donde hay un litigio por el resultado electoral: “Yo preferiría el triunfo de un compañero o una compañera de filas, pero por encima de ello está la responsabilidad que tenemos de respetar la decisión de la gente”, dijo.
Y sus palabras debieron caer como chorro de agua helada en Hermosillo. La que entendió, entendió.
Colofón
Hace un chingo de calor en Álamos. El sol cae a plomo a pesar de las nubes que anuncian lluvia y el vientecillo que no alcanza a refrescar el casi mediodía.
El gobernador tiene deferencias del protocolo obligado en estos eventos: las menciones, los reconocimientos, los elogios y los agradecimientos a quienes lo acompañan en su gobierno, y hasta para quienes no acompañándolo, han trabajado en buena lid a su lado.
Ya para despedirse antes de ir por los primeros cuatro segundos para la foto, menciona, al desgano, a una funcionaria de su gabinete que estuvo todo el tiempo en el presídium pero nadie vio.
Hace un chingo de calor en Álamos, pero la Wendy anda más congelada que un gansito…
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