Mi gusto es.. (o la otra mirada)
La primera vez que salí de la tierra en que nací, fue en 1979. La más reciente ocasión en que he salido de la ciudad en donde radico, fue el miércoles pasado y la próxima no sé, bien a bien, cuándo será.
Fuera de mi país creo que nomás han sido en un par de veces. Una para estrenar mi pasaporte, otra para esperar en Tucson a un amor que deseo se conserve para siempre.
En la primera llevé como Cicerone a mi hoy compadre y gran amigo El Cui y la estancia en Nogales, Arizona, duró acaso una tarde, horas en las cuales le dimos mate a unas hamburguesas con muchas papas y recorrimos de pasadita unas tiendas que por ahí estaban.
En la segunda, ella venía de California, rumbo a Hermosillo y para hacer tiempo, porque el avión traía una demora, mi cuñado René decidió, estoy seguro que contra mi voluntad, que nos metieramos a un lugar de relajada moral que a la postre supe que se llamaban TDs o table Dance y fue así como los conocí, a pesar de mi resistencia para no ver a esas voluptuosas mujeres que bailaba, con escasa ropa, sobre una pista larga llena de focos intermitentes.
Desde entonces ya no he vuelto porqué extravié mi pasaporte y porque tampoco me han dado muchas ganas. En los años recientes me alboroté ya que el Armando, quien había crecido en Los Ángeles, me propuso viajar por carretera y vivir esa experiencia me latia.
Cuando le nació la idea, no se podía porque yo no tenía pasaporte y él tampoco, pues el suyo se lo habían quitado por no sé qué delito menor que había cometido en una tienda de autoservicio.
Hicimos el compromiso que él saldría del problema, yo gestionaría el mío y tan pronto cumplieramos con eso, correríamos la aventura. En inglés o en español, pero la correríamos.
Tampoco se pudo ya que, en mi caso no hice nada y el Armando, sin avisarme, de pronto se murió. Todito se murió y yo, su amigo y emparentado, lo lloré en la terraza de los sábados en donde veíamos el box junto con la demás raza y nos tomabamos unas cheves heladas y oscuras.
De algún modo, el Armando viajaba por primera vez rumbo a un lugar desconocido, al igual como me pasó a mí a finales de los setentas.
Su partida fue sorpresiva pero me hubiera gustado decirle: nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas tal como lo dijo un día Henry Miller.
El chiste es viajar, aunque pueda ser sin retorno. En mi caso de todos los viajes he regresado. A salvo, pero siempre sano. Que un catarro, que una cortada en un dedo, que una caída, que la espalda tostada por el sol, con una infección en el estómago por lo comido, aunque al fin de cuentas percatandose, con placer de que, aunque sea un tantito, hemos crecido.
“Porque viajar es evolucionar” me dice al oído Pierre Bernardo.
No sé si esas cosas también las pensaba mi ama, pero si no era así, en mi si lo consiguió y desde ese viaja en barco a Mazatlán y luego a Guadalajara, me contagió para siempre sobre el gusto por viajar.
“Se tiene que viajar para aprender” juraba Mark Twain y es la neta: sucedió esa primera ocasión, pasó durante todos los años que iba y venía de La Paz a Sonora y viceversa.
Sin duda también ocurrió durante los tours anuales que a principios de este siglo hicimos a varios estados de la República, teniendo como destino principal la Ciudad de México con sus olores, sabores, maldades y bondades, iglesias, catedrales, basílicas, cafés, antojitos, multitudes, arengas callejeras y lo que resulte.
“Me encanta la sensación de ser anónimo en una ciudad en la que nunca había estado” pude escribir en una pared, pero añales antes ya lo había dicho Bill Bryson.
Todos me ganan la palabra exacta y no se como patentizar o registrar como de mi propia autoría, un apotegma, un adagio, un proverbio que resuma lo que pienso sobre los viajes, su importancia y lo que de ellos he recibido.
Cualquier cosa que dijera ahorita, sería un lugar común, lo expresara aquí en México o en el extranjero con mi pasaporte en mano, en español o en inglés, pero eso no me importa.
Esa orfandad de ideas en mí ya no me extrañan. En este y en otros temas, ya no me extrañan. No sé si sea de nacimiento o son los primeros avisos de que ya estoy envejeciendo. Cualquiera de los dos o los dos juntos, que es peor, no animan a nadie.
Lo que tengo a la mano es esto: “el descubrimiento de nuevas culturas forma parte de la lista de razones por las cuales las personas viajan. A algunas personas les gustan las aventuras y escapar de su vida cotidiana. Prefieren la incertidumbre de no saber lo que pueden esperar y quieren profundizar sus conocimiento sobre otros estilos de vida”.
Si, es una visiôn cursi o romántica sobre los viajes y no me gusta mucho como para plagiarmela.
No es mi tono, no es mi voz.
Y además se viaja de mil formas: se viaja al pasado y en el recuerdo, se viaja futureando, se viaja leyendo y otros viajan fumando.
Se viaja a la infancia y con los olores, se viaja hacia donde nunca hemos ido. Se viaja cerrando los ojos y se viaja mirando al horizonte.
Se viaja borracho y se viaja bueno y sano. Se viaja a la casa del vecino o a la casa del vecino. Se viaja al sur o al norte. Se viaja aquí en la tierra y se viaja a la luna.
Por ahí el asunto
Pero en fin, si no consigo escribir un ensayo o un tratado sobre los viajes no es tan peor como no haber viajado. Solo o acompañado, en bestia, camión, barco, avión o imaginativamente, pero haber viajado. (No malviajandome)
Si tuviera el suficiente dinero y resuelto una que otra cosa, me cae que me la pasaría viajando. Con mi familia si es posible y viajando, al mundo entero o aquí adentro del pais, no le hace, pero sería lo ideal pero ya no le sigo porque creo que ya me malviaje.
Mejor hasta aquí la dejo porque ya me voy.
Nos vemos al regreso.
Así como se regresa siempre al primer amor.