Ángel una señora lleva años confundiéndome con un doctor y hasta la fecha, no la he sacado de su error.
No nos vemos tan seguido, pero cuando así sucede, me comparte una sonrisa y luego, muy amable, expresa lo de siempre:
— “Que tal, doctor, ¿cómo está? ¿Cómo le va?” o algo por el estilo.
Yo le soy recíproco, y respondo con un —”Bien, muy bien ¿y usted?” por recordar una de tantas veces, pero ya no sé si mi reacción es por mera rutina, porque mi amiga se va de paso sin chanza de aclararle o la dejo ser porque, de plano, ya me la creí.
Entiendo que le ocurre eso porque supone que soy tal o cual doctor que la doñita conoce, es su amigo y me parezco- alto, rubio, ojos azules, atlético – o porque ese aspecto tengo, es decir, la de un profesional de la medicina y ese trato me da.
No sé ustedes, pero quizá llegó la hora de sacarla de su confusión. De lo contrario, un día me va pedir que la consulte o yo corro el riesgo de mimetizarme y al rato andaré repartiendo recetas a diestra y siniestra, creyéndome que soy eso que no soy y que aparte de todo, me creo el mejor.
No invento, eso pasa.
Créanme, eso pasa y después no hay quien nos pare, hablando de todo y para todos, como si el conocimiento o la sabiduría fuera exclusiva de quien ha tomado la palabra y él solo él o ella solo ella, es capaz de disertar respecto al tema que le pongan – en este caso de la medicina – y el resto de los presentes significan la nada o más allá.
Admito que no sé tanto sobre esto, pero puede que tales personas, al igual como si su servilleta se creyera que sí es doctor, y que se consideran los infalibles entre sus pares, estén viviendo el llamado efecto Dunning-Kruger, el cual consiste en que el afectado por ese trastorno, cree tener más conocimientos y capacidades de las que realmente tienen y/o que están por encima de cualquiera.
Es decir, sobreestiman su inteligencia y tienen demasiada confianza en sí mismos.
Como autoestima está bien, es mas, los envidio.
Nomás que esa inteligencia no es tanta y sus conocimientos, menos.
Son las personas que no son conscientes de su ignorancia y pretenden dar una impresión de dominio que suele resultar exagerada.
Bueno, algunos no son conscientes. Otros si lo saben, pero nadan de muertito, luego de darse cuenta que sus interlocutores, o destinatarios de sus razonamientos están embelesados y creer estar frente a un representante de la polimatía, cuando a lo mucho es un timador de feria en ese juego de “donde quedó la bolita” o el juego de los catotones.
El mentado efecto Dunning-Kruger es acuñado, según leo, en la década de 1990, cuando a David Dunning y Justin Kruger les dio por investigar hasta qué punto las personas incompetentes eran incapaces de saber que lo eran debido precisamente a su propia incompetencia.
En ocasiones es tan obvio saberlo, pero este par quiso darle rigor científico a su proyecto y analizaron la premisa siguiente:
“Aquellas personas con conocimientos limitados sobre alguna temática no sólo generan conclusiones equivocadas incurriendo en errores constantes, sino que su propia incompetencia les inhabilita para darse cuenta. Para estos psicólogos, este sesgo era el resultado «del error en la percepción de uno mismo, de un fallo en la metacognición”.
Al igual como lo hizo Lombroso cuando surgió su teoría del delincuente nato, ellos agarraron un grupo de estudiantes y los evaluaron en gramática, sentido del humor y razonamiento lógico.
Luego pidieron a los estudiantes que se calificaran así mismos del 1 a 10 con respecto a la forma en que habían contestado la prueba y resulta que la mayoría se evaluaron por encima de la media de su prueba.
Mira qué canijos me salieron.
Esto me hizo recordar a un empleado de una universidad del noroeste de México que, siendo estudiante a la vez y después de estar a punto de ser dado de baja al reprobar en repetidas ocasiones una materia, se hizo , no sé cómo – bueno, si sé- del acta del maestro en turno y alterando esa lista , se puso una calificación aprobatoria.
Se me hace que este joven no le hubiera servido de mucho a Dunning-Kruger pues si ya estaba cometiendo la fechoría, entonces se hubiera despachado con la cuchara grande, poniéndose un diez de calificación, pero no, se autopasó de panzazo y eso provocó que más delante, cuando fue rescindido de su trabajo por la patronal, las lenguas de doble filo dijeran que no lo habían despedido por tan reprobable conducta sino por tonto.
Volviendo con aquel experimento, lo que resultaba curioso de dicha autoevaluación era que los menos preparados para hacer ese test fueron los que más sobreestimaron sus capacidades y mejor calificación se pusieron.
Es decir, pretendían engañar a otro pero se engañaban a sí mismos.
En cambio, los alumnos con mayor competencia subestimaron sus habilidades y se calificaron por debajo de su nota real.
Estos se pasaron de honestos o, aparentando una falsa modestia, su forma de quererse era muy insegura.
Lo ideal seria que los primeros rectificaran, aceptando que no son lo que proyectan o quieren vender frente a la sociedad,en tanto que los seguros se dejaran de cosas y se asumieran como los grandes que som.
De lo contrario, seguiremos fomentando la edificación de un mundo al revés y seguirán luciéndose los aprovechados de la ocasión, esos que han vivido de la suplantación intelectual haciéndose pasar por verdaderos pensadores, gracias a la hipnosis discursiva que tan efectiva ha sido a la hora de cautivar a las masas y ofrendarles todas las palabras que estas quieren escuchar.
Como la señora señora lleva años confundiéndome con un doctor y hasta la fecha, no la he sacado de su error.
Creo que el momento ha llegado. Y es que no quiero seguir conviviendo ni viviendo en el engaño ni quiero que mi amiga vuelva a la realidad cuando el destino haga de las suyas y ella esté en la cama sufriendo de algún mal y no quiera ser atendida por ningún otro médico, si no viene hasta su casa ese galeno que saluda casi todos los días.
Imagínese: que pudiera hacer yo en una encrucijada así: recetarle un placebo , sobarle la frente con una mano al tiempo que le pongo un trapo mojado o romper el silencio pase lo que pase…
Esta última opción es la más viable.
Si no lo hago, mi conciencia no me dejaría vivir.
Hay a quienes nada de esto les importa.
Como esa mujer de treinta años que se hizo pasar por doctora durante siete meses en un hospital de Barcelona.
Ya fue detenida y se le acusa de cuatro delitos entre los que se encuentra los de falsificación de documento público y de usurpación de estado civil.
De no ser porque fue descubierta por sus “colegas”, la usurpadora ahí echa raíces y hace huesos viejos .
Hagan de cuenta yo, si no desmiento tarde que temprano a mi compañera de banqueta.
Debo de buscarla y hacerlo ya.
Que tal si de pronto me invade el efecto Dunning-Kruger y me la creo para siempre.
Tanto así que al rato ande buscando empleo en alguna institución de salud pública de México o, cuando menos, de Dinamarca.