Mi gusto es… (o la otra mirada). Por: lic. Miguel Ángel Avilés
Esa vez, cosa rara, no quería ir a la escuela e inventé que me dolía la muela y la mayor de mis hermanas, me lo creyó.
La que por enésima ocasión fungía como madre adjunto pues la original se atendía en Guadalajara por un quebranto de su salud, dio por cierta mi cuartada, me puso un trapo tibio en mi cachete y me dejó acostado, en tanto que ella, cuplidora, se fue a su trabajo de secretaria para llegar puntual.
Mentí y ya entrado en gastos, también pude mentir todo ese día o a la siguiente mañana si es que alguien de la familia o mis compañeritos de grupo, me preguntaron la razón de mi ausencia en clases.
Mentí, dije pero solo a los demás y pudieron creerse el cuento, sobre todo si yo, asumiendo el papel ya construido, me comportaba estoico, indignándome frente a cualquiera que dudara de mi o, de plano, asumiendo una actitud desvergonzada o cínica tal como si viajara franciscanamente, en avión de primera clase rumbo a las europas.
Sin embargo, junto a mí, acostada sobre esa almohada o luego, a la hora de la comida en donde comía sin molestia alguna o más tarde, en la cascarita jugada en la calle sin mostrar signos de algún malestar, estaba alguien a quien era imposible mentirle.
Esa era mi conciencia.
No sé cómo representarla, si como una aureola adornada con laureles, o la imagen de mamá y papá de cualquiera, inculcándonos lo que es bueno y lo que es malo, o como unas estrellitas o una barras en las hombreras, o la justicia representada con esa venda ( transparente ) cubriéndote los ojos o Mario Almada echando bala a todos los malosos o la oz y el martillo agarrándose a besos y haciendo el amor en un motel con la cruz gamada.
No sé y todo depende.
Pero es ella.
Claro que lo es.
Alguien podrá representarla mejor pero digamos que es esa que nunca nos pierde de vista, pensamos que es nuestro cómplice, le confiamos todo o lo ve todo, sin remedio, inevitablemente y resulta que es la incorruptible, la que nunca será condescendiente, aunque quisiera pues trae aparejada entre ceja y ceja una cámara moral que graba todo lo que hicimos o no y ni para donde hacerse.
Lo escrito en esa parte de la cabeza es indeleble.
Uno cree o supone o finge que no ha hecho nada malo ni incorrecto. Y honestamente o con la simulación como modus vivendis, decimos que todo lo podemos enfrentar ya que tenemos la conciencia tranquila.
No es así.
Ïtalo Calvino tiene un buen ensayo al respecto, pero se me hace que él sí la tenía tranquila.
Regresando a otro ejemplo, les cuento que hace años un colega atendió a un cliente a quien, no teniendo su acta respectiva, se le promovió un juicio para acreditar hechos de nacimiento y concluido este, le fue entregado el expediente certificado en donde se hacía constar que, salvo prueba en contrario, había nacido en esa parte de México que dijo.
Al tiempo, abogado y excliente se volvieron a encontrar, como buenos mexicanos se apapacharon, recordaron su caso, brindaron por ellos pero tres caballitos de tequila después, a este último le entró el valor para confesarme que no era de por acá y que lo habían parido en otro país, nunca en este.
Amén de cualquier reproche, que ahora es lo de menos ya que en ese tiempo lo ocupaba por razones urgentes de trabajo, toda su historia fue creída antes, durante y después de ese trámite y se le creyó pero nadie podrá negar, por supuesto que ni él mismo, que al estar a solas o cuando pensaba sobre sí, era imposible negarle a su conciencia la verdad ya que frente a la realidad, ni para donde hacerle.
Todos cayeron en su garlito, pero su conciencia no.
Creérselo aun así, es impostura, ficción, doblez a lo propio, teatralidad a solas, en donde mentira y verdad están desnudas pero la segunda no es promiscua.
Por eso hay que escoger.
Usted, como cristiano, según lo plagio yo con toga y birrete,” tiene la capacidad de caminar delante de Dios con la conciencia tranquila.”
Habrá quien decida lo contrario.
Podrá engañar a una multitud, más no así a la que duerme con él o con ella.
Pero las opciones son estas:
a) Si tiene la conciencia tranquila.
b ) No , pero los demás le creen y con eso basta pues soy muy cínico o mitómano compulsivo.
c) No, los demás le creen pero ya en la noche confrontas tu pasado o tu “realidad” con lo que eres y la conciencia te pone en tu lugar. El insomnio se prolonga hasta la madrugada.
Lo ideal es saber que entre lo que dices, piensas y haces prevalece una coherencia.
Saber que estás dando todo de ti para lograr lo que deseas y saber que no estás jodiendo a nadie o pasando por encima de nadie (o perjudicando a alguien) para lograr lo que deseas.
Unos aspiran a esto, otros es lo que menos quieren y miden su inteligencia a partir del número de bribonadas que hagan y las mismas veces logran pasarlas como virtudes que un ángel les heredó.
Pero llegan a casa, abren la puerta de su recámara y en el espejo está ese otro Yo mental señalándolo como lo que realmente es.
Dicen mis plagiados que la conciencia es la capacidad de reconocer la propia existencia y el valor moral de los actos. La conciencia moral es la capacidad de reflexionar sobre lo que es correcto.
Al revés, la mentira puede afectar para mal a la personalidad y a las relaciones con los demás.
El ser así a unos les afecta, en cambio a otros les ensancha su corazón.
Y las consecuencias resultan ser varias:
“La mentira puede dejar un cargo de conciencia, la mentira puede hacer que las personas pierdan la confianza en quién miente; la mentira puede hacer que la persona mienta más para ocultar la mentira anterior; La mentira puede hacer que la persona pierda la naturalidad y espontaneidad en sus relaciones sociales, la mentira puede hacer que la persona se despegue de la realidad.”
Frente a esto, es cuando la conciencia pinta raya para distinguirse del autoengaño.
“ Sí, protesto”
“ No, yo no fui”
“ Es una vil calumnia, mis manos están limpias”
“ Protesto lo necesario”
“ Les juro que el cruz azul es el mejor equipo de México”
“ No, jamás he fumado esa hierba”
“ A mi que me esculquien”
La honorabilidad los cubre socialmente y la impostura les tiende la alfombra roja para su ascenso.
Nomas que la conciencia suele meternos inevitables zancadillas y se nos cae la máscara.
“El autoengaño es aceptar como verdad una realidad que es falsa sin ser consciente de ello; El autoengaño puede surgir ante la incapacidad de reconocer y manejar ciertos aspectos desagradables; el autoengaño puede impedir evolucionar y conseguir lo que realmente se necesita.”
Sí, todo eso puede ocurrir.
Algunos defienden su “verdad” en público y frente a un tercero, porque eso les garantiza un estatus, un poder, un liderazgo o los bienes de una futura herencia.
Riñen con el otro en esa batalla en donde quiere que su versión de las cosas, le ayude a sobrevivir y lo mantenga el mayor tiempo posible, hasta conseguir todos sus objetivos en ese mundo de ficción.
Hablan como auténticos defensores de la sinceridad y de lo que juran que es cierto.
Pero nada dura para siempre.
Como la mamá que te conoce bien y sabe cuándo traes algo o te duele esto o lo otro, o identifica tu alegría o tu tristeza.
Así merengues actúa la conciencia.
Es, frente a uno, el tarot infalible, las espaldas planas del rudo que no concibe la victoria del técnico a quien menospreciaba, es la sotana levantada al padre Maciel que niega tanto abuso, la mujer cubana que no tiene empacho en decir de una vez por todas que en su país no existe la famosa torta cubana, son los dedos apuntando al rey que va desnudo son Las Eagles diciendo frente a un notario que su famosa canción no fue compuesta para el hotel de Todos Santos, es la voz que desengaña al niño diciéndole en su cara que santa Claus no existe.
Esa es la conciencia.
Pero quizá yo les esté mintiendo.
Ahí me lo dirá la mía esta noche.