Mi gusto es… (o la otra mirada). Por: Lic. Miguel Ángel Avilés
Esta vez hablaré de mí en segunda persona, y así poderles decir que estamos frente a un libro que puede contarnos la ciudad o la ciudad misma nos cuenta lo que ha sido y lo que es ahora después de tanto.
Aquí hay historia y hay microhistoria que sobrevive, para bien y para sí, gracias a la memoria que se decanta por la crónica y hace de esta la materia prima para un curso intenso e intensivo sobre el género y sobre lo que tanto se puede construir y reconstruir a través de hechos que pueden ser íntimos, pero que por universales, dejan de serlo.
En Mario Almada Nunca Pierde y otras crónicas para invocar olvidos, el autor, o sea yo, pretexta la reminiscencia de sucesos en una ciudad infante para narrarnos, intercaladamente, con otras crónicas que parecieran, solo parecieran abigarradas, sobre la evolución de la nota roja, que en sus primeros pasos o antes, cuando apenas gateaba el crimen aquí, tan así que puede considerarse una parodia de lo que ahora es, pero también llega a significar el contraste de una delincuencia común de un ayer, que mira ingenua con respecto a lo que fue dejando a su paso la transformación social, la modernidad, y una promiscuidad entre los buenos y los malos, hasta fecundar y parir un modelo de criminalidad donde la violencia exponencial es el sello distintivo y la pérdida de la capacidad de asombro es el riesgo latente.
Me entra un escalofrío al pensar que esto último ocurra y normalizado lo prohibido por la norma, lleguemos a un punto donde en los económicos de los periódicos se lea algo así.
“SE SOLICITAN SICARIOS CON BUENA PRESENTACIÓN”.
“Interesados presentarse el día de mañana con carta de sí antecedentes penales y de no recomendación. Si no cuenta con sus herramientas de trabajo, absténgase de acudir”.
Frente a ese gran mural donde están los planos narrativos de una banda que roba pantalones levis 501 de los tendederos, o de la joven de cuerpo globoso y singular cleptómana que se apodera de los cómics de los vecinos ingresando a las casas sin consentimiento de sus dueños, pasando por un gringo que se cortó lo más sagrado entre sus pudores ‘sí’ los huevos (los de él, claro), con una navajita de rasurar, hasta llegar a un nuevo siglo en donde una ciudad ya no honra a su nombre porque ha muerto ese periodo en donde no había tanto muerto ni tanta balacera, como la que hubo apenas hace unos unos pocos años y acabó con la vida de tres amigos de infancia o con el capo en retiro de un cártel en ruinas a manos de una payaso que caminó como Pedro por su fiesta hasta ponerse frente a su objetivo, el cumpleañero, y soltarle casi toda la carga en la cabeza antes que la pistola se le trabara.
Mientras tantos caen, hay uno que es invencible incluso post mortem y está acá, sigiloso y dispuesto a terminar con el mal, un personaje de carne y hueso, capaz de enfrentarse a cinco y matar a siete, frente a la admiración de un grosor de televidentes que desearían contar en la realidad con un hombre como Mario Almada, valiente y honesto a toda prueba que no se colude ni con esta ni esa ni con aquella banda, pero sobre todo, que nunca pierde porque entonces estaría perdiendo la cultura popular también y eso sería el comienzo del fin de todo.
El libro de Miguel Ángel Avilés, es, además un sudoroso intento por recuperar lo que una ciudad fue y que anhela volver a serlo, cuando al final de la película estén de regreso los buenos y hayan pasado a mejor vida los malos aunque sea a causa del estallamiento de su vísceras después de recibir tantos y tantos abrazos.
Esto es el libro: un abanico de crónicas de todos sabores y colores, tan reales como una película de balazos en la tele.
Este libro pues, habla de la historia roja de una ciudad nativa, como lo fue La Paz o cualquiera de tantas y de esos personajes que habitan otra ciudad, la de la memoria del autor que alguna vez estuvo aquí, por estas calles, entre esa casas y vuelve a ellas, reconstruyéndolas con su narrativa.
Casi medio siglo o un tanto más, para leerse como en antaño leíamos el reverso de un diario local y así enterarnos de la información policiaca que se nutría de una delincuencia común (y puede que corriente) y así alimentar con morbo a la gula que hace chillar las tripas a toda condición humana.
El libro Mario Almada Nunca Pierde y otras crónicas para invocar olvidos, puede ser un largo cuento negro o la historia resumida de una delincuencia provinciana o de bajo impacto al encarrerarse la segunda mitad del siglo XX que como en ascenso en modo y en impacto, hasta volverse imparable descerrajada, cruenta, deseosamente inverosímil pero real frente a los ojos de sus habitantes, los mismos que un día se fueron en la noche a dormir en los catres que tenían en el patio y despertar, sobresaltados lustros más adelante, a causa del sonar de los disparos que acababan con uno o con más, en medio de una bocacalle.
El autor entreteje lo que pudo escuchar de la plática añeja de los grandes, con lo que pudo fedatar cuando él también ya lo era.
Crónicas breves pero lapidarias, no escrito como jactancia sino porque al carear a la realidad histórica de lo ocurrido con el discurso este último sale perdiendo, al bosquejar, sin desmentidos hasta ahorita, por lo que año tras año iba brotando como una costra, como una úlcera en una capital del noroeste que ya no supo detener las fuertes aguas del crimen organizado que ruborizó a una delincuencia cuyos actores, ante lo que hoy pasa, se pudieran considerar bonachones y pacifistas.
A la par de estas voces, están otras que lo mismo pueden ser un pase de lista de todas las clases sociales como puede ser un manual sobre los infinitos temas que comprende el género de la crónica, ya sin importar la anacrónica discusión si esta es periodística o literaria, aunque en el caso de Miguel Ángel Avilés es una y otra cosa, más todas las herramientas narrativas que pasen por en medio.
Por su culpa, la del autor, este no es un libro a secas ni espere lo convencional. Por su culpa, la de Mario Almada que nunca pierde, es un compendio de hablas propias y ajenas, en donde este entrañable personaje de la cultura popular, mandata al escribano o viceversa para hacer de la escritura el tiempo y el espacio de los orígenes y de los prosaico, que se aferra a relatar, muy desparpajado, la estética de lo cotidiano.
Por mi culpa, por mi grande culpa, por Cervantes, por Shakespeare y Garcilaso de la Vega, si es que en realidad murieron en la fecha señalada -y por quien está dedicado, es decir, toda la banda no del carro rojo porque después me censuran sino la de aquella combi, también por mis hermanas Ramona G. y Manuela G., porque a los hombres de la casa ya les tocó en otro, y por doña Elisa, mi mamá y familia, les juro el presente libro eso es lo que es.
Texto leído en la presentación de este libro en el marco de Noveno Coloquio Universitario del Libro Sudcaliforniano, celebrado en el poliforo de la UABCS