SUBTÍTULO: Una reflexión sobre la juventud sonorense que, sin consignas ni pancartas, está rehaciendo el mapa político desde la inconformidad y la lucidez.
POR Ing. Héctor Castro Gallegos
La juventud de Sonora, tantas veces subestimada, comienza a dejar claro que su relación con la política no es desinterés, sino un hartazgo meticulosamente aprendido.
Porque nosotros —y aquí hablo en voz colectiva, en voz íntima, en voz crítica— no somos Nepal ni buscamos replicar modelos ajenos. Somos mexicanos con la memoria tatuada en polvo del desierto, hijos de ciudades que aprendieron a crecer entre apagones, burocracias, sequías y discursos reciclados.
Somos revolucionarios silenciosos; jóvenes que se niegan a cargar las ruinas de proyectos viejos y que, desde lo cotidiano, ejercen una insurgencia pausada, casi imperceptible, pero real: cuestionar, incomodar, exigir.
En Sonora, la juventud ha descubierto que la política ya no es un templo lejano, sino una grieta abierta por donde se escapa el futuro, y que, para evitar el derrumbe, hay que mirar de frente lo que muchos adultos prefieren ignorar.
Desde esa conciencia emergente, los jóvenes perciben la política sonorense como una estructura rígida que intenta operar con lógicas del siglo pasado, mientras la vida les exige respuestas inmediatas.
La narrativa oficial sigue hablando de crecimiento, inversión y estabilidad, pero en las calles de Hermosillo, Cajeme, Nogales o Navojoa, el clima emocional es distinto: incertidumbre por la seguridad, escepticismo hacia las promesas, saturación ante la simulación.
Y es en ese espacio donde esta generación, lejos de caer en el cinismo fácil, ha comenzado a observar con precisión quirúrgica los errores, contradicciones y silencios incómodos del poder. No buscan héroes ni salvadores; buscan instituciones que funcionen y gobernantes que no confundan la ideología con la responsabilidad.
La juventud sonorense siente que la política dejó de ser un escenario de debates y se volvió un concurso de narrativas, y por eso responden con algo más radical: autenticidad.
Y ahí aparece la contradicción más poderosa del momento: mientras muchos sectores creen que los jóvenes están “despolitizados”, lo cierto es que están más politizados que nunca, solo que en un idioma nuevo que las élites aún no aprenden.
Observan cómo Sonora es tratada a veces como un laboratorio de discursos y otras como un tablero donde se negocian prioridades que no coinciden con su realidad.
Perciben que se les pide paciencia ante problemas que llevan décadas pudriéndose: la violencia que normaliza la inseguridad, los empleos que no alcanzan para una vida digna, la falta de proyectos culturales que expandan su identidad, y una clase política que parece temer más la crítica juvenil que la perpetuación del estancamiento.
Por eso su revolución es silenciosa: porque no se expresa siempre en=?utf-8?Q?_marchas,_sino_en_la_mane




