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Home LAS BOLS RÁPIDAS
Xóchitl vs Claudia al kilo por kilo

Los hijos del algoritmo desnudando al poder arcaico en México

David Parra by David Parra
18 noviembre, 2025
in LAS BOLS RÁPIDAS
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Mis Bolas ríspidas. Por David Parra

La marcha de la Generación Z, replicada en mayor y menor intensidad en 58 ciudades de la república mexicana, tuvo su epicentro en la Ciudad de México donde dejó al descubierto algo más profundo que una protesta impulsada por un segmento social juvenil: exhibió el derrumbe de la narrativa oficial y la fragilidad del régimen frente a una ciudadanía que ya no se deja dictar la realidad desde la patraña mañanera. El gobierno optó por minimizar, deslegitimar y buscar amedrentar, pero lo que terminó revelando fue su propio pánico al resultar exhibido y quedó exhibido ante el mundo.

Los jóvenes salieron al frente en esta manifestación pintando raya con filiaciones partidistas, sin acarreo, libres de chantajes o recompensas y eso desconcertó a un gobierno ya acostumbrado a prostituir para auto contemplarse artificial y ridículamente popular. Bajo la lógica del oficialismo comunistoide de ahora, si una crítica no viene del conservadurismo, entonces no existe, pero si existe, debe inventársele un origen. El problema es que esta vez no hubo origen manipulable: solo hartazgo legítimo ante la suma de todos los males del régimen continuado.

El dudoso grado de popularidad de Sheinbaum, presumida en los primeros meses, se encontró de golpe con un octubre lleno de acontecimientos que derrumbó sus argumentos. Su figura, burdamente fabricada de autonomía y jetatura científica, terminó subordinada y mimetizada en la soez narrativa tropical de su antecesor, para llegar a noviembre con la imagen de una especie de Díaz Ordaz con coleta, al reeditar los vicios archivados en la memoria histórica que tanto explotaron como oposición quienes ahora mal gobiernan.
El intento fallido por controlar la marcha —desde el infantil despropósito de impedir el acceso al Zócalo hasta la represión abierta—mostró una autoridad dispuesta a socavar cualquier dejo de legitimidad con tal de impedir una foto que reflejara su pérdida de control, reeditando imágenes setenteras como las del domingo de corpus con Echeverría y más recientes como la del Atenco con Zedillo, del mercado de las flores con Fox o de Ayotzinapa con Peña.

Otro hecho reciente que retrata a la 4T en su justa canallez, es la permisividad de Brugada ante los saqueos en el Centro Histórico justificada con el argumento de nos en un gobierno violento contra el pueblo, que contrastó brutalmente con la violencia focalizada y ejercida contra los jóvenes y la captura de rehenes hoy convertidos en presos políticos, tal como en los setentas y pintando francamente hacia los sesentas.

Mientras a los asaltantes del centro joyero les bastaron minutos para robar a manos llenas frente a complacientes policías, a los estudiantes les llovieron golpes, detenciones arbitrarias y gases. Es el viejo método: dejar que el caos sea útil, y castigar a quienes incomodan políticamente. Esa doble moral, tan torpe como evidente, terminó alimentando el enojo que buscaban sofocar.

La Generación Z decidió que no quiere ser masa dócil ni audiencia pasiva de las mañaneras. Dejaron claro que no buscan concesiones; buscan verdad, justicia y un alto a la impunidad que se normalizó con el régimen populista, traen heridas como las desapariciones, asesinatos, violencia, salud colapsada, corrupción desmedida y homicida generalizada, así como la ya icónica figura de la rebeldía y el valor civil de Carlos Manzo como recordatorio de un país donde la muerte se volvió rutina.

El mundo tomó nota. La condena internacional llegó rápido y sin adornos: el uso excesivo de la fuerza contra jóvenes, la criminalización de los detenidos como escarmiento, la difamación de la protesta. En un país que presume ser garante de derechos humanos, la escena fue imposible de maquillar. Ni siquiera el estéril intento de convertir el Zócalo en una fortaleza pudo evitar la imagen que dio la vuelta al mundo: un gobierno tratando de impedir —a toda costa— la fotografía del descontento.

La imagen más dura e icónica del día fue la del joven salvajemente golpeado mientras portaba la bandera de México, la cual fue pisoteada en la trifulca refleja lo que hoy representa el régimen para México. Esto no fue solo abuso policial, fue una confirmación simbólica. Ese es el retrato perfecto de un gobierno que se dice nacionalista, pero que ha perdido la brújula de lo que representa la traición a la nación.

La comparación con los años setenta dejó de ser exageración para convertirse en dejavú. No hay halcones, pero sobran cuervos: cuerpos policiales que actúan con licencia implícita, funcionarios que justifican lo injustificable, y un aparato estatal que parece decidido a repetir los guiones más oscuros de nuestra historia reciente. Si el Estado descubrió algo esta semana es que la memoria colectiva nunca estuvo apagada, solo adormecida.

En este vertiginoso proceso, Sheinbaum se ha ido transformando en un penoso parapeto político. No gobierna hacia adelante; gobierna hacia la sombra de su antecesor. Baja la cabeza, se alinea, finge el tono para complacer y en ese gesto, lo que se desploma no es solo su popularidad, sino la ya rebasada ilusión de que podía ser presidenta algún día.

La marcha no derrumbó al régimen, pero sí le arrancó la máscara. La generación que creció entre algoritmos, crisis, y pantallas descubrió que el poder también sangra legitimidad. Y cuando una generación deja de tener miedo, el poder empieza a derrumbarse.

En el fondo, la realidad de las calles ha dejado claro que la protesta de los jóvenes y demás segmentos movilizados no surgieron para llenar una plaza secuestrada por trasnochados y ridículos tiranuelos, nació para consignar que hay conciencia y hartazgo. Aunque el gobierno siga en su necio negacionismo, la Generación Z ya ganó la batalla y que esto apenas inicia ante la sistemática cerrazón y absurda argumentación para tontos. Eso ya dejó de funcionar.

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