México ejecutó dos operativos secretos para expulsar a 55 de los capos más peligrosos del país, enviándolos esposados a prisiones estadounidenses bajo el mensaje que los recibió al aterrizar: “¡Bienvenidos a EU!”. Para ellos, advierten autoridades, la disyuntiva es clara: delatar o sufrir en aislamiento de por vida, apuntó el diario The Wall Street Journal en un artículo.
Los prisioneros, entre ellos figuras como Rafael Caro Quintero, los hermanos Treviño y operadores del Cártel de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y Los Zetas, fueron sacados de cárceles mexicanas donde gozaban de privilegios obtenidos mediante corrupción. Desde ahí coordinaban envíos de drogas, asesinatos y redes de lavado de dinero. La presión del gobierno de Donald Trump aceleró su entrega: según funcionarios, Washington exigió cooperación y amenazó con aranceles punitivos si México no actuaba con mayor contundencia.
La misión, descrita por autoridades mexicanas como una operación de alto riesgo, movilizó a 2 mil fuerzas especiales, relevos de directores de prisión y cambios de empresas de vigilancia y alimentación para evitar filtraciones, envenenamientos o fugas. Los reclusos fueron trasladados al penal del Altiplano y posteriormente distribuidos en vuelos militares hacia Chicago, Phoenix, San Antonio, Nueva York y Virginia, detalló el Journal.
Al llegar, el entonces director interino de la DEA, Derek Maltz, los recibió con la frase que definió el operativo: “¡Bienvenidos a EU!”. Para los agentes federales estadounidenses, la llegada de los capos representó una oportunidad inédita: obtener confesiones directas sobre el funcionamiento del narcotráfico, las rutas de contrabando, las redes financieras y, sobre todo, los nombres de funcionarios que recibieron pagos de los cárteles.
Muchos de los detenidos enfrentan cadenas perpetuas. La estrategia estadounidense consiste en ofrecer beneficios a quienes decidan colaborar, como sentencias reducidas o condiciones carcelarias menos severas.
El caso reciente de Joaquín Guzmán López -quien se entregó el año pasado y arrastró consigo al veterano líder Ismael “El Mayo” Zambada, hoy culpable de cargos de drogas- ilustra la presión que enfrentan los nuevos detenidos: cooperar o pasar décadas en aislamiento extremo, como su padre “El Chapo”, recluido 23 horas al día.
El operativo también buscó neutralizar el poder que algunos capos mantenían desde prisión. Los Treviño, por ejemplo, dirigían una red de más de 600 reclusos y habían ordenado el asesinato de 18 custodios. Autoridades temían que una filtración desatara ataques coordinados, bloqueos o intentos de rescate.
Por ello, escucharon llamadas, limpiaron plantillas de guardias, aislaron a reclusos y ejecutaron traslados simultáneos en aviones militares.
La expulsión masiva, defendida por la Presidenta Claudia Sheinbaum como una acción por la seguridad nacional, permitió evitar el largo proceso de extradición y reducir riesgos internos.
Para los capos, en cambio, la transferencia significó perder control, contactos y protección. Algunos, engañados, creyeron que serían liberados tras supuestos sobornos; en realidad, fueron enviados encadenados hacia celdas de máxima seguridad.
Estados Unidos ya analiza un tercer traslado de líderes criminales. Pero para los 55 capturados, el mensaje inicial resume su futuro posible: cooperar con los fiscales o enfrentar décadas de aislamiento absoluto, lejos de los imperios que construyeron desde México.
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