Entre polos de desarrollo que nunca llegan, parques industriales que funcionan como vitrinas vacías y estímulos fiscales que solo estimulan a los mismos de siempre, los jóvenes de Sonora están dejando de creer en la política… y empezando a desafiarla.
Por Ing. Héctor Castro Gallegos
En Sonora existe una verdad incómoda que ya no puede esconderse bajo discursos oficiales ni bajo los folletos turísticos de la “nueva industrialización”: los jóvenes dejaron de creer en la política.
Pero no porque sean apáticos o distraídos —como repiten los viejos opinadores y los empresarios que aún creen que la juventud es un recurso barato y reemplazable—, sino porque observan el sistema con una lucidez brutal. Ven la política sin el maquillaje con el que se intenta vender.
La ven como lo que es: un aparato oxidado donde los anuncios cuentan más que los resultados, y donde los llamados polos de desarrollo funcionan más como escenografías que como motores económicos reales. Para esta generación, un “polo de desarrollo” se ha convertido en un sinónimo de promesa permanente: carreteras estratégicas que no se concluyen, parques tecnológicos que se quedan en la maqueta digital y zonas económicas que solo existen en PowerPoints proyectados durante giras oficiales.
Los municipios, mientras tanto, continúan esperando la infraestructura que debería conectar sus realidades con ese progreso que los gobiernos anuncian pero jamás aterrizan.
La juventud lo tiene claro: el freno del desarrollo no es la falta de capacidad, sino el exceso de simulación. Los parques industriales —esos templos que los gobiernos presumen como el corazón del empleo moderno— tampoco engañan a los jóvenes.
Saben que muchas veces funcionan como contenedores de mano de obra barata: naves industriales con rentas elevadas, salarios mínimos y estímulos fiscales que jamás se traducen en mejores condiciones de vida para quienes sostienen la producción.
La ecuación en Sonora es simple y obscena: al empresario se le premia, al joven se le exige.
Y cuando el gobierno anuncia nuevos “incentivos para la inversión”, la juventud lanza la pregunta que incomoda a todos: ¿y cuáles son los estímulos para quienes sacrifican su tiempo, su salud y su energía en esos mismos proyectos?
Porque la lista de beneficios para las empresas es amplia —exenciones fiscales, terrenos subsidiados, infraestructura pública a la carta—, mientras que las opciones para la juventud son las mismas de siempre: empleos temporales, becas condicionadas, programas sexenales que desaparecen en cuanto cambia el color de la administración.
La juventud sonorense ya identificó la trampa: el desarrollo real no nace de los privilegios al poder económico, sino del futuro que se garantice a quienes no tienen padrinos, palancas ni apellidos protegidos. Lo más inquietante para la clase p=?utf-8?Q?ol=C3=ADtica_




