
Mar de Cortés
2023-11-19 00:00:00 | Joaquín Robles Linares
En nuestra historia política abundan los actos estrafalarios que dibujan con claridad la megalomanía de los personajes. En la más reciente visita del Presidente hubo anuncios e interminables peroratas; si hubiese una forma de definir a este sexenio sería el de un prolongado sermón moralista que busca la restauración del más antiguo régimen: El del mando único y la potestad absolutista sostenida por la fuerza del Ejército.
El régimen que encabeza el mandatario retoma el pasado con una visión que había sido superada, propuesta contenida de un nacionalismo ramplón y patriotero. Para muestra la constante intención de cambiar hasta el nombre de los lugares, todo de acuerdo a su forma tan estrecha y obtusa de ver el mundo.
La ocurrencia más reciente tiene que ver con Sonora, proviene de acabar con cualquier denominación que remita a nuestro pasado español. Esta actitud ni es nueva ni tampoco original; uno de los errores monumentales de nuestra enseñanza tiene que ver con el poco conocimiento que tenemos de nuestra vida colonial.
Al formarse el México independiente, quienes arribaron al poder le dieron un brochazo negro al pasado, intentaron unir el remoto mundo indígena con la nueva Patria; así, desaparecieron nombres y llegaron otros. Se trataba de construir un nuevo panteón nacional con ejemplos de hombres y mujeres llenos de virtudes patrióticas y libertarias.
Un nuevo relato que borrara los tres siglos de nuestra ascendencia española. En Sonora desapareció el bello nombre de Oposura por Moctezuma y, en nuestra capital, se cambió el sonoro nombre de Villa del Pitic por Hermosillo; este último, para exaltar a quien tuvo la encomienda de insurreccionar el Noroeste novohispano, sin tomar en cuenta que ni siquiera pisó nuestro Estado.
Es entendible esta actitud que prevaleció durante todo el siglo 19, ya no se justificaba en el siglo 20; así, el conocimiento y estudio del México colonial se fue postergando, en el mejor de los casos, o quedó limitado al de los profesionales del pasado.
En las últimas décadas esto fue cambiando y las lecturas o estudios de aquel pasado intensamente rico de nuestra historia fue emergiendo; afortunadamente aquellas ideas profundamente conservadoras fueron sepultándose.
Para mala suerte de nuestra vida política, el actual presidente busca restablecer esa ideología vetusta y retardataria, una forma de imponerla se demuestra en su insistencia de crear una nueva toponimia.
Habría que explicarle que el nombre California también es una muestra del dominio español, ya que este proviene de un relato medieval europeo que llega por las antiguas novelas de caballería, que imaginaban un lugar habitado únicamente por mujeres y gobernado por la reina Calafia.
Habría que comentarle que Juan Mateo Mange, en su crónica de las exploraciones junto a Eusebio Francisco Kino, a partir de 1701 aportan nuevas conclusiones sobre aquel brazo de mar que estaba dominado por una península, no una isla, y desde entonces se refiere a este como Mar de California.
El nombre Mar de Cortés se lo dan los primeros exploradores españoles para advertir que el extremeño había dado la noticia de su existencia y le otorgaría el nombre California por sobre aquella inmensa región. Aunque también recibiría otros, como Mar Bermejo, Mar Rojo o Mar de Oriente, todos válidos y llenos de imaginación.
Es increíble lo que ocupa el pensamiento del Presidente y no la tragedia de una población como Acapulco, que fue puente con Asia en la época colonial y que permitió que nuestra gastronomía se enriqueciera con la llegada del arroz. Hay que cuidar esa información, no vaya a llegar la ocurrencia de prohibirla.
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